Es Tiempo de Conectar, junio 021
La Herencia que Recibimos
“…recibieron el Espíritu de Dios cuando él los adoptó como sus propios hijos. Ahora lo llamamos ‘Abba, Padre’… somos herederos junto con Cristo de la gloria de Dios…”
Romanos 8:15–17 (NTV)
Crecí rodeado de rezos, imágenes y tradiciones. Como muchos en América Latina, la fe se vivía más como una costumbre heredada que como una relación viva y personal. Aunque estuve cerca de espacios religiosos, incluso estudié en un seminario católico, algo estaba vacío por dentro.
Un día presencié la ordenación de varios hombres como sacerdotes en la Iglesia Católica. No fue el rito en sí lo que me impactó, sino la forma en que se rindieron a Dios.
Esa rendición total y auténtica despertó un profundo anhelo en mi corazón: yo también quería algo real con Dios.
Años después, conocí al Jesús del que tanto había oído, pero que nunca había encontrado. No fue en una catedral ni en un seminario. Fue en un encuentro personal, íntimo donde Jesús me decía en Mateo 11:28:
“Vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas, y yo les daré descanso.”
Y ahí, por fin, entendí lo que significa tener una relación, no una religión y que además no solo somos perdonados, somos adoptados como hijos.
¡Hijos!
No esclavos de una religión. No simples asistentes a misa o cultos. Hijos que pueden llamar a Dios: “Abba, Padre.”
Eso lo cambia todo. Ser hijo es tener identidad. Es tener herencia. Es vivir con la certeza de que no estamos solos ni abandonados. Que aunque haya sufrimiento, como dice Romanos, también hay esperanza y un futuro glorioso, sea aquí en esta vida o en la próxima..
Hoy puedes dejar la rutina religiosa y abrazar una relación viva con Dios. No se trata de ritos, sino de rendición. No se trata de tradición, sino de transformación.
Nuestra Herencia como Hijos
En muchas familias latinoamericanas, hablar de herencia es hablar de privilegios. Padres y abuelos que trabajaron duro, día y noche, con mucha diligencia, para dejar algo a sus hijos: una casa, un terreno, una educación, dinero, etc.. La herencia es símbolo de legado y de pertenencia.
Es común ver cómo muchos hijos desperdician la herencia que reciben, bienes por los que casi no trabajaron y que, por lo mismo, no valoran. Simplemente asumen que, por ser descendientes, tienen el derecho de recibir algo, sin comprender el sacrificio detrás de lo que se les entrega.
Como el hijo pródigo en la parábola, que exigió su parte de la herencia y la malgastó en placeres y excesos, así también muchos hoy reciben con ligereza lo que otros construyeron con esfuerzo y entrega.
Pero la herencia más grande que podemos recibir no es material. Es espiritual. Es saber que, por medio de Jesús, no solo fuimos salvados… fuimos adoptados.
Ahora Dios no es un juez lejano. Es nuestro Padre. Y no cualquier padre: un Abba… un papá cercano, íntimo, que conoce cada rincón de nuestra alma.
Esta herencia no depende de méritos, sino de gracia. No se compra, se recibe. Y viene con un paquete completo: identidad, propósito, amor incondicional, y una eternidad asegurada junto a Él.
Sí, el pasaje dice que también participaremos de su sufrimiento. Pero eso no nos debe desanimar, porque nada se compara con la gloria que Él ya preparó para nosotros.
Ser hijo de Dios no es una etiqueta religiosa. Es una identidad eterna.
Preguntas cruciales:
¿Hay áreas en mi vida que todavía estoy tratando de controlar en lugar de entregarlas por completo a Jesús?
¿Estoy dispuesto a soltar mis planes, mi orgullo o mis temores para abrazar la voluntad de Dios, incluso si no la entiendo del todo?
¿Mi relación con Dios refleja una entrega auténtica o simplemente una rutina religiosa?
Oración:
Padre, gracias por adoptarme como hijo. Hoy dejo la religión vacía y me acerco a Ti con el corazón rendido. Enséñame a vivir como heredero de Tu gloria y a caminar contigo en amor, aún en medio del sufrimiento. Amén.
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Escrito y narrado por Juan Bravo, producido por Conectar Global