Es Tiempo de Conectar, julio 023
Sanando Heridas que No Se Ven
«Él sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas.» Salmo 147:3
Todos, en algún momento, hemos sido heridos. A veces por palabras, otras por traiciones, rechazos o pérdidas. Hay heridas que se notan como un accidente o una pérdida reciente y otras que no se ven, pero siguen abiertas por dentro: heridas del pasado que arrastramos por años y que se han convertido en trauma.
Heridas producidas por alguna clase de abuso, heridas hechas como consecuencia de palabras que nos dijeron siendo niños, heridas por el bullying, etc.
Una de las cosas más reveladoras del matrimonio es que, tarde o temprano, terminamos mostrando quiénes somos realmente. No podemos sostener máscaras por mucho tiempo.
Cuando me casé con Adriana, al poco tiempo empezaron a salir a la luz mis inseguridades. Queriendo sentirme en control, intenté controlar lo que ella leía, con quién hablaba… prácticamente todo.
Afortunadamente, me casé con una mujer inteligente y valiente, que desde el principio me puso un alto. Me dijo claramente: o buscas ayuda, o nuestra relación está en riesgo. Esa conversación nos llevó a ambos a tomar una decisión clave: buscar consejería y buscar sanar.
Y no solo pudimos salvar el matrimonio, sino que fuimos mucho más adentro, sanar heridas que cada uno traía consigo. Fue, sin duda, una de las mejores decisiones que tomamos en los primeros años.
Aprendimos que el amor no se trata de controlar al otro sino de confiar. Que sanar no es un signo de debilidad, sino de sabiduría. Y que Dios puede restaurar lo que se enfrenta con humildad.
Esas heridas pueden marcar la forma en que vemos a Dios, a los demás e incluso a nosotros mismos. Sin darnos cuenta, pueden convertirse en muros, en mecanismos de defensa o en cadenas que nos impiden avanzar. Pero la buena noticia es que Dios no solo salva, también sana.
El salmista dice que Dios sana a los quebrantados de corazón. Él no ignora nuestro dolor ni lo minimiza, Él lo ve, lo entiende y quiere sanarlo, pero la sanidad comienza cuando dejamos de ignorar la herida y la ponemos en las manos de Dios.
¿Cómo comenzamos a sanar?
Primero reconociendo que estamos heridos.
A veces nos acostumbramos tanto al dolor que lo normalizamos. Sanar empieza por ser honestos con nosotros mismos y con Dios.
Lleva tu herida a la presencia de Dios.
No hay mejor lugar para derramar lo que nos duele profundamente que delante de Aquel que nos creó. Llora si es necesario. Habla con Él con sinceridad.
Perdona, incluso si no lo sientes aún.
Perdonar no borra el pasado, pero sí rompe su poder sobre tu presente. El perdón es una decisión que trae libertad.
Permite que la Palabra de Dios renueve tu mente.
Reemplaza las mentiras del pasado como no valgo nada, nadie me ama, nunca voy a superar esto, por las promesas de Dios.
Busca ayuda si es necesario.
A veces Dios usa a consejeros, pastores o amigos maduros en la fe para acompañarnos en el proceso.
Recuerda esto:
Tu pasado puede haber dejado marcas, yo las llamo rayones, pero no define tu futuro.
Tu historia puede tener dolor, pero en Cristo puede terminar en restauración.
Dios no solo te quiere salvo. Te quiere completo, libre, y sano por dentro. No huyas de tu pasado, tráelo a Jesús, y verás cómo Él puede transformar las cenizas en belleza (Isaías 61:3).
Oración:
Señor, tú conoces cada herida, cada inseguridad, cada trauma, cada rayón que llevo adentro, incluso aquellos que quiero ignorar.
Hoy decido exponerlas y te las entrego. Sana mi corazón, restaura lo que fue roto y ayúdame a caminar en libertad. Quiero vivir plenamente, sin cargas del pasado, confiando en tu poder para redimir mi historia. Amén.
Te animamos a que dones en el siguiente enlace https://conectarglobal.org/donaciones/ . Así nos apoyarás a seguir con este hermoso servicio de llegar a muchas más personas.
Y que hagas uno de nuestros cursos en www.conectarglobal.org que son sin costo alguno.
Creado y narrado por Juan Bravo. producido por Conectar Global