Es Tiempo de Conectar, junio 029
Dios tocó a la puerta de Zaqueo
Cuando Jesús pasó, miró a Zaqueo y lo llamó por su nombre: «¡Zaqueo! —le dijo—. ¡Baja enseguida! Debo hospedarme hoy en tu casa». Lucas 19:1–10
Siendo Jesús una persona de oración, sensible como ninguno al Espíritu Santo, imagino la expectativa que tenía en su espíritu al entrar y pasar por la antigua y famosa ciudad de Jericó. Jesús se mantenía atento a buscar una oportunidad de hacer un profundo impacto a donde iba.
Jesús había dicho cuando llamó a un cobrador de impuestos llamado Mateo o Leví: “La gente sana no necesita médico, los enfermos sí. No he venido a llamar a los que se creen justos, sino a los que saben que son pecadores y necesitan arrepentirse.”
En este caso, Zaqueo sólo quería ver a Jesús, lo que no sabía es que Jesús también quería verlo a él, así que Jesús se detuvo bajo el árbol al cual se había subido Zaqueo para poder ver a Jesús, este lo miró y le dijo:
“¡Baja enseguida! Debo hospedarme hoy en tu casa.”
Esa no fue una visita cualquiera, sino una visita inesperada y transformadora. Zaqueo no sólo abrió la puerta de su casa, sino de su corazón. Pasó de ser un cobrador corrupto a un hombre generoso y restaurado.
Zaqueo era un hombre pequeño de estatura con un gran vacío.
Zaqueo era jefe de los recaudadores de impuestos en Jericó. Tenía poder, influencia, y dinero. Pero también tenía fama de traidor, de ladrón, de corrupto. Era despreciado y le tenían temor. Tenía lo que muchos quieren tener, pero le faltaba lo más importante: no era un hombre de paz.
Por eso, cuando escuchó que Jesús estaba pasando por la ciudad, hizo algo inesperado: corrió y se subió a un árbol.
¡Un hombre rico y adulto, trepado a un árbol como un niño, sólo con el fin de ver pasar a un predicador!
Eso nos dice mucho de Zaqueo, tenía interés y hambre de algo real; la realidad es que la mayoría de nosotros escondemos esta necesidad y usamos máscaras y nos escondemos detrás de apariencias.
Jesús miró a Zaqueo y lo llamó
Jesús pudo haberlo ignorado, pero lo vio. No sólo lo miró, sino que lo vio, y no sólo eso sino que lo llamó por su nombre. “Zaqueo, baja. Hoy quiero quedarme en tu casa.”
Ese fue el momento de quiebre pues Jesús entró en su historia, no con juicio, sino con gracia. No le exigió cambiar antes de entrar a su casa. Entró… y el cambio vino después.
Eso es lo que Jesús hace: nos alcanza donde estamos, y nos transforma desde adentro.
Zaqueo no necesitó de una larga prédica, sólo necesitó un encuentro real con Cristo.
Zaqueo pasó de ser corrupto a ser alguien generoso
Zaqueo no solo abrió su casa. Abrió su corazón. Prometió devolver lo robado, y dar la mitad de sus bienes a los pobres, no para impresionar, sino porque había sido tocado por la gracia.
Jesús dijo: “Hoy ha venido la salvación a esta casa.”
El verdadero cambio no se demuestra con palabras, sino con frutos. Cuando Jesús entra a una vida, todo comienza a ponerse en orden.
Hay muchos Zaqueos entre nosotros, personas duras y difíciles que el mundo desprecia, que parecen exitosas por fuera pero están vacías por dentro y nosotros como creyentes, debemos recordar que Jesús hoy quiere entrar en casas y corazones, sin importar su pasado.
Zaqueo nos enseña que:
Nadie está tan lejos como para no ser visto por Jesús.
El cambio real empieza con un encuentro personal.
Una vida transformada se muestra en las acciones.
Oración
Señor Jesús, gracias porque me miraste aun cuando no merecía tu atención. Gracias por llamarme por mi nombre, y por querer quedarte en mi casa, en mi historia, en mi vida. Como Zaqueo, te abro la puerta. Entra, transforma, restaura. Que mi vida dé frutos que reflejen tu presencia. Amén.
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Escrito y narrado por Juan Bravo, producido por Conectar Global