Devocional diario agosto 16
El poder que hay en su presencia
Así como Abraham no se detuvo en Harán sino que continuó hacia el desafío de la promesa, así también debemos ir en busca de lo mejor y no detenernos a mitad de camino.
Luego de muchos años, el pueblo debía volver a Canaán a tomar posesión de la promesa.
Éxodo 23:20-23
“Mira, yo envío un ángel delante de ti para que te proteja en el viaje y te lleve a salvo al lugar que te he preparado. Préstale mucha atención y obedece sus instrucciones. No te rebeles contra él, porque es mi representante y no perdonará tu rebelión. Pero si te aseguras de obedecerlo y sigues todas mis instrucciones, entonces yo seré enemigo de tus enemigos y me opondré a todos los que se te opongan. Pues mi ángel irá delante de ti y te llevará a la tierra de los amorreos, de los hititas, de los ferezeos, de los cananeos, de los heveos y de los jebuseos, para que vivas en ella. Yo los destruiré por completo.”
Veremos que Dios estaba enviándolo a Moisés con la poderosa compañía de su ángel. Esto era algo muy valioso para los hebreos, pues para ellos los ángeles no eran lo que nosotros estamos acostumbrados a imaginar. Lejos de tocar el arpa envueltos en un fino lienzo sobre una nube con expresión de ternura, para los hebreos los ángeles eran sinónimo de poder y autoridad.
Los ángeles eran mensajeros de Dios pero también poderosos guerreros en la batalla, capaces de vencer a un ejército entero. El que Dios le haya prometido la compañía de un ángel a Moisés significaba la victoria asegurada.
Sin embargo si continuamos leyendo en Éxodo 33:12-15 “Y dijo Moisés a Jehová: Mira, tú me dices a mí: Saca este pueblo; y tú no me has declarado a quién enviarás conmigo. Sin embargo, tú dices: Yo te he conocido por tu nombre, y has hallado también gracia en mis ojos. Ahora, pues, si he hallado gracia en tus ojos, te ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca, y halle gracia en tus ojos; y mira que esta gente es pueblo tuyo. Y él dijo: Mi presencia irá contigo, y te daré descanso. Y Moisés respondió: Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí.”
El poder de Dios actúa milagrosamente, mientras que su presencia transforma.
Muchos pueden estar atravesando algún problema específico en su vida y necesitan del poder de Dios actuando sobrenaturalmente. No obstante, lo que verdaderamente cambia un corazón es la presencia del Señor. Esto explica por qué hay personas que reciben una sanidad tremenda pero al tiempo se enfrían y se apartan. Es porque fueron sorprendidos por el poder pero no buscaron al dueño de ese poder, el cual es el Espíritu Santo.
El poder es externo, mientras que la presencia es interna. El poder es una actividad divina para un momento específico y se manifiesta cuando hay una puerta cerrada, cuando hay una enfermedad, donde podemos ser impactados por Dios en esa situación. Sin embargo, lo que verdaderamente transforma nuestra vida y nos permite seguir creciendo es ser llenos de la presencia del Espíritu Santo. En otras palabras, la presencia produce poder pero el poder no produce presencia.
Uno puede estar intentando sentir el fuego, el poder y la manifestación, pero nada se compara con conocer verdaderamente la esencia de Dios y su gloria.
El poder se recibe pero la presencia se busca.
Cuando vamos a una reunión, el pastor puede orar por nosotros y podemos recibir el poder, sin embargo para conocer la presencia de Dios es necesaria una búsqueda personal. Es algo que sale del anhelo del corazón.
El poder se manifestó, por ejemplo, en la multiplicación de los panes y los peces donde solo un milagro podía saciar el hambre de una multitud (Juan 6:1-13). Pero Jesús les quería enseñar algo más a sus discípulos. El poder es impactante pero lo que cambia para siempre una vida, es la presencia, la gloria de Dios.
El mal de este tiempo es que se busca solamente el poder, la unción, sin rendirse ante la presencia de Dios. No sirve de mucho si uno sólo espera ser impactado en su necesidad y luego desoír la enseñanza de la Palabra. Necesitamos llegar a un nivel de comunión y de revelación mayor.
Job 22:21
“Vuelve ahora en amistad con él, y tendrás paz; Y por ello te vendrá bien.”
Moisés no buscaba sólo la victoria, sino que dependía de la presencia de Dios. Él ya conocía el poder. Lo había visto junto al pueblo de Israel en las plagas de Egipto, en la apertura de las aguas del Mar Rojo, en la alimentación milagrosa del Maná. Sin embargo, el pueblo ya estaba acostumbrado al poder. Lo habían visto todo y sin embargo, llegó un punto donde extrañaban a Egipto. Llegaron al punto de creer que el poder de Dios no era suficiente y esto ocurrió cuando ya no les interesaba la presencia de Dios.
En los tiempos del Antiguo Testamento, el pueblo se reunía alrededor del tabernáculo para adorar a Dios. Este espacio sagrado, estaba dividido en tres sitios: el Atrio, el Lugar Santo (donde ingresaban sólo los sacerdotes) y el Lugar Santísimo (donde sólo podía entrar el sumo sacerdote, una vez al año en el día del perdón). Un velo separaba estas dos últimas recámaras. En el Lugar Santísimo estaba el arca del pacto y la nube de la gloria de Dios era visible.
Es más, el sumo sacerdote, como era el único que podía entrar a la presencia de Dios, debía llevar una soga atada en sus pies y campanitas para poder ser rescatado en caso de no soportar la gloria y caer. Nadie podía entrar a socorrerlo porque sólo él estaba habilitado para servir a Dios en ese lugar.
Cuando Jesús fue crucificado y murió, de la misma manera cómo un padre de la antigüedad rasgaba sus vestiduras en señal de dolor, así también el Padre Celestial rasgó el velo que separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo. A través de la muerte y la resurrección de nuestro Señor, el camino hacia la presencia de Dios hoy está abierto a todo el que cree.
Tú tienes acceso a la presencia de Dios, si lo buscas con el corazón.
Salmo 46:10
“Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; Seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra,” la presencia de Dios se revela en nuestras vidas en la quietud.
La búsqueda de la presencia de Dios, no es con palabras religiosas sino con un corazón rendido y expectante a Dios. No es cuestión de convencerlo, sino de buscarlo con sinceridad. Tampoco es por los méritos realizados, sino que es por su gracia y misericordia.
Los apóstoles vieron grandes milagros y maravillas, vieron el poder de Dios actuar en las necesidades. Sin embargo, lo que realmente los transformó fue cuando fueron llenos de la presencia del Espíritu Santo en el día de Pentecostés.
La presencia se recibe en la quietud, en la búsqueda personal y secreta. Así como ocurrió a Moisés en el Tabernáculo o a Jesús en el monte.
Es el buscar un lugar tranquilo y apartarse por un momento de las distracciones, poner una música cristiana suave y aquietar los pensamientos para buscar la presencia de nuestro Padre.
Por lo tanto, debemos diferenciar entre el poder y la presencia.
Lo que nos transformará no serán las manifestaciones externas sino el ser llenos de la gloria del Señor.
Así como Moisés no se conformó con una victoria temporal, sino que fue en pos de la misma esencia de Dios, así también puedes buscar ingresar a un nivel espiritual más profundo.
¡Tienes pleno acceso a la gloria de Dios! Solo ríndete completamente, aquieta tu corazón y busca a tu Señor. ¡Dios espera que lo encuentres!
¡Cuán diferente es alguien que está decidido a buscar a Dios!
Señor, no quiero buscarte sólo por tu poder, quiero estar lleno de tu presencia. No me envíes un ángel, sino quédate conmigo, quiero vivir de tu mano.