Es Tiempo de Conectar, abril 014

La Limpieza y el ser fructíferos

“ —Tengan fe en Dios —respondió Jesús—. Les aseguro que si alguno dice a este monte: “Quítate de ahí y tírate al mar”, creyendo, sin abrigar la menor duda en el corazón de que lo que dice sucederá, lo obtendrá.”— Marcos 11:22-23

Jesús se acercó a una higuera esperando fruto, aunque no era la temporada de higos. Al no encontrarlo, la maldijo y, más tarde, los discípulos vieron que se había secado desde las raíces (vv. 20-21). 

Este acto no se trata de que Jesús fuera injusto con el árbol, sino que sirve como símbolo profético. La higuera representaba a los líderes religiosos y al sistema que apoyaban a la institución, pero no el corazón de su creencia. Jesús señala la apariencia de piedad, pero carece de los frutos de la verdadera fe y la justicia (Jeremías 8:13; Miqueas 7:1).

El marchitamiento de la higuera desde las raíces subraya que la esterilidad espiritual comienza en lo más profundo de nuestro ser. Así como el árbol fue juzgado por su falta de fruto, Jesús advierte que las apariencias externas de religiosidad o creencia institucional sin una transformación interna carecen de sentido. Para que podamos dar fruto, debemos estar profundamente arraigados en la fe, el arrepentimiento y el poder vivificante de Jesús (Juan 15:5).

Después de maldecir la higuera, Jesús entra al templo y expulsa a los comerciantes, volteando las mesas y denunciando la explotación a los que venían a adorar.(Marcos 11,15-17). Declara: “«¿No está escrito:» “Mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos”? Pero ustedes la han convertido en “cueva de ladrones”». (v. 17).

La limpieza es el requisito para la santidad
Este acto de purificación no se trata simplemente de eliminar la corrupción; es un ritual de purificación para que la presencia de Dios pueda morar en el templo una vez más. En el Antiguo Testamento, la limpieza y preparación de los espacios sagrados eran esenciales antes de que Dios pudiera habitarlos (Éxodo 40:34-35; 2 Crónicas 5:13-14). De manera similar, las leyes levíticas enfatizaban la necesidad de la purificación antes de acercarse a Dios (Levítico 16:30). ¿Por qué? Porque Dios es santo y nosotros no. Jesús, como el Mesías, afirma su autoridad para purificar el templo, señalando la verdad más profunda de que Él es el templo supremo (Juan 2:19-21).

Para que seamos purificados, debemos acudir a Jesús, quien derramó su sangre para nuestra purificación. El escritor de Hebreos declara: “Si esto es así, ¡cuánto más la sangre de Cristo, quien por medio del Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que conducen a la muerte, a fin de que sirvamos al Dios viviente!” (Hebreos 9:14).

Así como Jesús limpió el templo para prepararlo para la presenciade Dios , Él limpia nuestros corazones para hacernos templos del Espíritu Santo (1 Corintios 6:19-20). Esta limpieza no es algo que podamos lograr por nosotros mismos; es el resultado del sacrificio de Jesús y de nuestra fe en Él.

Más tarde, cuando Pedro se maravilla ante la higuera seca, Jesús redirige la conversación hacia la fe: “—Tengan fe en Dios.” (Marcos 11:22). Desafía a sus discípulos a creer sin dudar, enfatizando el poder de la fe y de la oración (vv. 23-24). Este pasaje nos recuerda que el ser fructíferos, la limpieza y el crecimiento espiritual vienen a través de la fe en Dios. 

No es suficiente realizar rituales externos o confiar en las apariencias; debemos confiar en el poder de Jesús para transformarnos de adentro hacia afuera. El perdón también es clave, como enseña Jesús en el versículo 25: “Y cuando estén orando, si tienen algo contra alguien, perdónenlo, para que también su Padre que está en el cielo perdone a ustedes sus ofensas.,”

Puntos claves
Dar fruto es resultado de estar arraigados en Cristo
Al igual que la higuera, estamos llamados a dar fruto en nuestras vidas. Esto requiere raíces profundas en la fe, el arrepentimiento y la obediencia a Dios. Las apariencias externas de espiritualidad no significan nada sin una verdadera transformación.

Jesús purifica el templo y nuestros corazones
Así como Jesús purificó el templo, Él limpia nuestros corazones para prepararnos como morada de Dios. Esta limpieza sólo es posible a través de Su sacrificio y nuestra fe en Él.

La fe y el perdón son esenciales
La fe en Dios puede lograr lo imposible, pero debe ir acompañada de un corazón dispuesto a perdonar. La amargura puede obstaculizar nuestras oraciones y nuestro crecimiento espiritual.

Reflexión
Las acciones de Jesús en este pasaje nos llaman a examinar nuestras propias vidas. ¿Estamos dando fruto que refleje el amor y la justicia de Dios? ¿Hemos permitido que Jesús limpie nuestros corazones y elimine todo lo que obstaculiza su presencia? ¿Estamos caminando en fe y practicando el perdón?

Oración
Señor Jesús, Tú eres la fuente de vida y el origen del fruto. Limpia nuestros corazones de todo aquello que no te honra. Ayúdanos a confiar en tu poder para transformarnos y a caminar en fe y perdón. Que nuestras vidas den fruto que te glorifique y refleje tu amor al mundo. Amén.

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Escrito por Jen Wilson, narrado por Juan Bravo, producido por Conectar Global

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