Devocional diario marzo 31
La Regla de Oro
La Regla de Oro dice “Haz a los demás todo lo que quieras que te hagan a ti.” Mateo 7 :12
Cuando decides vivir la vida de una manera diferente, cuando te das cuenta de la enorme cantidad de gente en todo el mundo en necesidad, cuando te fatigas de vivir una vida egoísta donde todo gira alrededor de ti, de tus propias necesidades, cuando fijas tus ojos, no en tus propios recursos sino en los recursos de Dios, tu vida va a empezar a cambiar para siempre.
Mi vida empezó a cambiar cuando en medio de la fatiga de la vida leí el salmo 2:8 que dice: “Pídeme, y te daré por heredad las naciones, y por posesión tuya los confines de la tierra.”
La verdad es que necesitamos llegar a un punto de cansancio. Cansancio de estar haciendo lo mismo y obteniendo los mismos resultados. Cansancio viviendo una vida vacía, una vida sin fruto, una vida girando solamente alrededor de mis propios deseos, planes y necesidades.
Si todos viviéramos la regla de oro, este mundo sería muy diferente, nuestra sociedad sería muy diferente.
La Regla de Oro nos invita a ser personas que no sólo empatizan con la necesidad de otra persona, sino que siente impulso por hacer algo.
En Mateo 9:35 nos dice que Jesús recorría todos los pueblos y aldeas enseñando en las sinagogas, anunciando las buenas nuevas del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia. Al ver a las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban agobiadas y desamparadas, como ovejas sin pastor.
O cuando le trajeron a una mujer sorprendida en adulterio y él en vez de juzgarla le extendió una mano de compasión.
A lo largo de la historia hemos tenido personas que nos inspiran a tener compasión y una de ellas es Chiara Lubich, fundadora junto con otras amigas del Movimiento Focolare en Trento, norte de Italia en el año 1939 durante la Segunda Guerra Mundial, cuando caían bombas sobre la ciudad y ellas vieron la oportunidad de compartir algo que las bombas no podían destruir y era el amor de Dios. El Movimiento Focolare ahora cuenta con sedes en más de 180 naciones.
En este momento están haciendo una contribución y compartiendo el amor de Dios de una manera tangible con los damnificados por el terremoto en Turquía y Siria.
O el sentimiento de compasión que han tenido personas en naciones como Colombia, Ecuador, Perú y Chile entre muchos con los millones de refugiados venezolanos que han tenido que salir de su tierra para buscar trabajo y poder enviar ayuda a sus familias que quedaron atrás.
El Salmo 112 nos dice:
“Dichoso aquel que honra al Señor y se deleita obedeciendo sus mandatos.
Sus hijos tendrán poder en la tierra, y serán bendecidos por su rectitud.
Su casa rebosará de bienestar y de riquezas, y su justicia permanecerá para siempre.
Para los justos, la luz brilla en las tinieblas. Dios es bueno, justo y compasivo.
El hombre bueno es compasivo y generoso; todos sus negocios los maneja con justicia, y por eso nunca tendrá tropiezos.
El hombre justo siempre será recordado; vivirá sin temor a las malas noticias, y su corazón estará firme y confiado en el Señor.
Su corazón estará tranquilo, sin ningún temor, y llegará a ver la caída de sus enemigos.
El justo comparte con los pobres lo que tiene; su justicia permanece para siempre, y con mucha honra puede ostentar su poder.” Salmos 112:1-9
Es el Espíritu Santo en ti que puede hacer posible que vivamos una vida que agrada a Dios y que hace una diferencia en los que nos rodean. Sin el Espíritu Santo vivimos una vida que constantemente lucha, que se mantiene seca y que solamente se mantiene pensando en sus propios deseos o necesidades.
El secreto está en pasar tiempo a solas con Dios, en que Él sea el primero que saludas cuando te levantas, es el primero con el cual te comunicas, el primero que oye tus necesidades y el primero a quién escuchas al meditar en su Palabra.
Dios tiene grandes cosas para ti, dice en 1 Corintios 2:9
Cosas que ojo no vio, ni oído oyó,
Ni han subido en corazón de hombre,
Son las que Dios ha preparado para los que le aman.
Esta promesa es real, pero debes creerle a Dios quien es el que nos hace la promesa. Amar a Dios sobre todas las cosas es rendir nuestra vida a Él, es pasarte al segundo lugar y dejar que Él tome el timón de tu vida, es decirle que sin El somos poca cosa y que sin Su Espíritu no lo podemos lograr.
En este mismo momento, inclínate delante de Él, y dile que te llene de Su presencia.