
7 de abril: Marcos 9:1-13 La temporalidad en contraste con la eternidad

“Entonces apareció una nube que los envolvió, de la cual salió una voz que dijo: Éste es mi Hijo amado; escúchenlo” (Marcos 9:7).
La Transfiguración es uno de los momentos más profundos del ministerio terrenal de Jesús. Es una revelación de su gloria divina y una declaración de su identidad como el Hijo amado de Dios. Este acontecimiento ofrece una visión de la santidad y majestad de Cristo, dejando a Pedro, Santiago y Juan asombrados y profundamente conmovidos.
Junto a Jesús en la montaña aparecen dos figuras: Moisés y Elías. Ambos tuvieron encuentros significativos con Dios en las cimas de las montañas. Moisés se encontró con Dios en el monte Sinaí, donde recibió la Ley (Éxodo 19:3-25), y Elías se encontró con Dios en un suave susurro en el monte Horeb (1 Reyes 19:11-13). Su presencia representa la Ley y los Profetas, ambos encuentran su manifestación en Jesús. Este momento también vincula la misión de Jesús con la gran historia de la redención de Dios.
Él es el inicio de lo que Moisés y Elías representaron.
En las Sagradas Escrituras, las montañas suelen ser lugares de revelación y encuentro con Dios. Allí, Jesús se transfigura ante sus discípulos y sus ropas adquieren un blanco resplandeciente, signo de pureza y gloria divinas. Este extraordinario acontecimiento subraya que Jesús no es sólo un gran maestro o profeta; es el Hijo de Dios. Los discípulos reciben el honor poco común de verlo en su estado glorificado, lo que los prepara para lo que vendría después del sufrimiento y la muerte que pronto enfrentaría.
La nube que envuelve la montaña es un símbolo de la presencia de Dios, tal como lo fue durante el viaje de los israelitas por el desierto. Desde la nube, la voz de Dios afirma la identidad de Jesús: Éste es mi Hijo amado; ¡escúchenlo!” (Marcos 9:7). Esta declaración confirma que Jesús tiene la plena autoridad de Dios y refuerza la necesidad de los discípulos de prestar atención a su enseñanza, especialmente mientras enfrentan los desafíos que se avecinan.
La temporalidad en contraste con la eternidad
La Transfiguración comienza tan pronto como termina, dejando a Jesús y a los discípulos solos una vez más. Las experiencias en la cima de la montaña de Moisés, Elías y ahora Jesús fueron temporales. Al bajar de la montaña, Jesús les ordena que no le digan a nadie lo que habían visto hasta después de su resurrección. Este secreto, parte del » Secreto Mesiánico» en Marcos, enfatiza la importancia de comprender plenamente la misión de Jesús: su gloria es constante desde su nacimiento, su ministerio, su sufrimiento y muerte, su resurrección y su ascensión al lugar que le corresponde.
Cuaresma día 34
Puntos clave
- Jesús es la encarnación de la ley y los profetas
La aparición de Moisés y Elías confirma que Jesús inicia el plan redentor de Dios llevando la Ley y los Profetas a su propósito y plan previstos. - Dios confirma la identidad de Jesús
La voz desde la nube afirma a Jesús como el Hijo amado de Dios, instándonos a escucharlo y confiar en su autoridad. - Gloria a través de la cruz
La Transfiguración ofrece una visión de la gloria divina de Jesús, pero también apunta hacia su sufrimiento, mostrando que el camino hacia la resurrección pasa por la cruz.
Reflexión
La Transfiguración nos desafía a considerar la santidad y majestad de Cristo. Al igual que los primeros seguidores, anhelamos experiencias con Dios en la cima de la montaña, pero Jesús nos recuerda que estos momentos son temporales y están destinados a fortalecernos para el viaje que tenemos por delante. Así como Pedro, Santiago y Juan tuvieron que bajar de la montaña y continuar su trabajo, también nosotros estamos llamados a bajar de la montaña para llevar la luz de Cristo a los valles de la vida.
Oración
Señor, gracias por la revelación de Jesús como tu Hijo amado. Ayúdame a ver su gloria y a escuchar sus palabras. Cuando me enfrente a desafíos, recuérdame los momentos cumbre que son temporales y fortalecen mi fe. Enséñame a seguir a Jesús, abrazando tanto su gloria como el llamado a llevar mi cruz a la luz de la eternidad. Amén.