Es Tiempo de Conectar, junio 006

La santidad vista desde la perspectiva de los scouts, ¡Siempre Listos!

«Esfuérzate por vivir en paz con todos y por ser santos; sin santidad nadie verá al Señor». Hebreos 12:14

«Pero así como el que os llamó es santo, sed santos en todo lo que hagáis…» 1 Pedro 1:15

«Vieron lo que parecían ser lenguas de fuego que se paraban y se posaban sobre cada uno de ellos.» Hechos 2:3.

La promesa del cielo la encontramos cuando obedecemos aquí en la tierra.
Pentecostés no fue un hecho casual ni espontáneo, fue preparado y ordenado por Dios. El Cielo había estado anticipando y esperando esto. 

El Espíritu Santo no caería sobre el caos o sobre el orgullo ni se había hecho algún tipo de concesión espiritual por debajo de los estándares requeridos, sino que caería sobre aquellos santos que se encontraban preparados. Y en ese Aposento Alto, con las batallas de la Nueva Creación por delante, el Cielo contuvo la respiración en santa anticipación, porque el pueblo finalmente estaba listo.

Pentecostés no fue una sorpresa para el cielo, sino que fue puesta en marcha mucho antes. La tierra estaba lista para la llegada del Espíritu Santo. Los discípulos se habían quedado, habían orado, se habían arrepentido y se habían rendido ante Dios. Dios había formado en ellos no sólo el deseo, sino también la prontitud de estar siempre listos

La santidad deja espacio para el fuego
El fuego de Pentecostés no reposó sobre los discípulos al azar, reposó sobre aquellos que estaban preparados para llevarlo. La santidad no es perfección, es alineación. Es una declaración que dice: «Aquí estoy, Señor. No es mi voluntad, sino Tu voluntad. No a mi manera sino a la tuya».

Esta es la razón por la que el Espíritu vino cuando lo hizo, porque el pueblo había sido:

Refinado
Despojado
Y estaba listo
No eran perfectos, pero eran santos y la santidad es lo que Dios señala con fuego.

El Cielo Anticipa Lo Que Obedecemos
Imagínense la emoción en el cielo, los ángeles, los santos, la nube de testigos mirando el Aposento Alto, no con temor, sino con alegría. La presencia de Dios entraría en la atmósfera de la tierra en confirmación de Su promesa.
Y el cielo evaluó el costo que se iba a pagar, pues:

Seguirían tiempos de martirio
Vendría la persecución
La Nueva Creación sangraría

Pero también conocían la promesa de que el Espíritu Santo les daría poder, el Reino de Dios se extendería y la misión no fracasaría. Era la irrupción del Cielo en la tierra a través de un pueblo santo que finalmente dejó de huir y se preparó para recibirlo y extenderlo a toda la tierra.

La santidad es el carácter del Reino

La santidad no es una insignia o una medalla que se exhibe exteriormente. La santidad debe ser el deseo más íntimo de nuestro corazón. Es algo en lo que te conviertes a lo largo de la vida y te prepara no solo para el avivamiento, sino para la batalla. Porque cuando el Espíritu desciende sobre ti, el enemigo se percata de ello y sólo aquellos cuyos corazones están cimentados en la santidad van a permanecer.

La santidad es la armadura.
La santidad es el altar.
La santidad es la señal al cielo: «Estamos listos».

Preguntas claves:
¿Estoy viviendo de tal manera que el cielo me reconozca como una persona que se encuentra preparada y lista?
¿Entiendo la santidad no como algo que me hace superior a otros, sino como disponibilidad para llevar a cabo el propósito de Dios?
¿Qué distracciones o impurezas aún alejan el fuego en mí?

Oración de Restauración:
Espíritu Santo, quiero estar listo. Refina lo que aún se te resiste. Limpia lo que aún compite con Tu santidad. Permíteme ser apartado, no para mostrar esto al exterior, sino para servir. 

Y cuando Tú te muevas, permíteme ser el tipo de persona sobre la que el fuego puede descender. Quiero que el cielo se regocije, porque estoy listo para lo que estás a punto de hacer. Amén.

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Escrito por Jen Wilson, narrado por Juan Bravo, producido por Conectar Global

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