
Es Tiempo de Conectar, septiembre 006
Los que son de verdad afortunados
“Dichosos los pobres en espíritu, porque el reino de los cielos les pertenece.” (Mateo 5:3)
Cuando escuchamos la palabra “pobre” lo primero que pensamos es en alguien sin dinero que gana el salario mínimo que vive en un barrio pobre y que vive en un círculo de escasez.
Mi gran amigo Carlos nació en el seno de una familia humilde pero trabajadora. Durante años se desempeñó como obrero en una fábrica. Junto a su esposa Vicki formó una hermosa familia con tres hijas, quienes hoy están casadas y tienen sus propios hijos.
Siempre he admirado a Carlos porque, además de ser un hombre incansable en el trabajo, me inspiró a ser buen administrador del dinero, a trabajar con esfuerzo y a asumir con responsabilidad mi papel de esposo y padre.
Aunque sus ingresos eran modestos, Carlos nunca se consideró pobre. Con gran sacrificio logró sacar a su familia de un barrio humilde hacia uno de clase media, y lo más importante: pudo invertir en la educación de sus hijas, dándoles la oportunidad de un futuro mejor.
¿Qué significa ser pobre en espíritu?
No se refiere a pobreza económica ni a falta de valor personal. Ser pobre en espíritu significa:
Reconocer nuestra necesidad de Dios.
Es admitir que, por nosotros mismos, no tenemos todo bajo control. No se trata de autosuficiencia, sino de depender de Dios.
Ser humildad.
Ser pobre en espíritu es tener un corazón humilde que dice: “Señor, te necesito, no puedo solo.”
Dejar el orgullo.
Lo contrario sería vivir con arrogancia espiritual o creer que ya lo sabemos todo. Jesús dice que los verdaderamente bendecidos son los que reconocen su vacío y lo dejan llenar por Él.
Abrir espacio para el Reino.
Cuando aceptamos que no somos autosuficientes, Dios puede obrar en nosotros y darnos su paz, su dirección y su propósito.
Por Ejemplo, una persona que se cree “autosuficiente” nunca pide ayuda ni consejo mientras que una persona pobre en espíritu es la que dice: “Necesito a Dios, necesito aprender, necesito crecer”.
Y Jesús promete que precisamente a esas personas les pertenece el Reino de los cielos.
El mundo te dice que seas fuerte, que no muestres debilidad, que presumas tus logros y escondas tus fallas. Jesús, en cambio, dice que los afortunados no son los que aparentan, sino los que reconocen su necesidad. Porque solo cuando abres espacio en tu corazón, Dios puede llenarlo de algo mejor.
Pobre en espíritu no es autocompasión ni baja autoestima. Es humildad: saber que no eres suficiente sin Dios, pero que con Él puedes vivir con propósito, paz y plenitud.
Aplicación práctica para hoy:
Deja de aparentar: no tienes que demostrarle a todo el mundo que todo está bien.
Reconoce tu necesidad: haz una pausa y dile a Dios en tus propias palabras qué parte de tu vida sientes que está vacía.
Abre espacio: deja el orgullo y reconoce que nos necesitamos. Haz algo pequeño hoy que muestre humildad como pedir perdón, aceptar un consejo, o reconocer que no puedes con todo.
Oración sencilla:
“Dios, hoy dejo de aparentar que tengo todo bajo control. Reconozco que te necesito. Llena mis vacíos con tu paz y tu dirección.”
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Creado y narrado por Juan Bravo. producido por Conectar Global