Es Tiempo de Conectar, abril 009
Luchando con Grandeza
“Llegaron a Cafarnaúm. Cuando ya estaba en casa, les preguntó: “¿De qué discutían en el camino?”. Pero ellos guardaron silencio, porque en el camino habían discutido sobre quién sería el más importante.
Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: “El que quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos. Luego tomó a un niño y lo puso en medio de ellos. Abrazándolo, dijo: “El que recibe en mi nombre a un niño como este me recibe a mí, y el que me recibe a mí no solo me recibe a mí, sino al que me envió.” (Marcos 9:33-37).
Jesús, que es verdaderamente grande, se refiere a sí mismo como el Hijo del Hombre, un título arraigado tanto en la humildad como en la autoridad. Hace eco de Daniel 7:13-14, donde se describe al Hijo del Hombre como recibiendo dominio eterno, gloria y un reino de Dios.
Este título afirma a Jesús como completamente humano, caminando entre nosotros, pero también como el Mesías divino. Como el Hijo del Hombre, Jesús es la deidad encarnada, viviendo entre nosotros, muriendo nuestra muerte; resucitando para traer vida eterna a todos los que creen.
Él nos mostró cómo vivir y amar de acuerdo con el estilo de vida santo de Dios y trabajar hacia el propósito eterno del Reino de Dios. Él nos rescató y nos redimió de nuestros pecados, e inició el reino de Dios, un reino radicalmente diferente de las jerarquías mundanas.
La lucha con la grandeza
Los discípulos luchaban con una tentación muy humana: el deseo de ser grandes. Discutían sobre quién de ellos era el más grande, lo que reflejaba una falta de comprensión de la misión de Jesús. Jesús, conociendo sus corazones, puso patas arriba su concepto mundano de grandeza. Jesús enseñó que en el reino de Dios, ser grande no significa tener poder o fama. La verdadera grandeza se encuentra en ser humilde y estar dispuesto a servir a los demás.
Para ilustrar su enseñanza, Jesús tomó a un niño en sus brazos. En el mundo antiguo, los niños tenían poco estatus o importancia: representaban vulnerabilidad y dependencia. Al acoger a un niño, Jesús señaló el corazón de su reino: acoger a los humildes, marginados o impotentes. Además, este acto afirma nuestra adopción como gentiles en la familia de Dios como sus hijos e hijas. Por medio de Jesús, no solo somos bienvenidos en el reino de Dios, sino que también se nos da el honor de ser hijos de Dios y compartir su herencia. (Gálatas 4:4-7).
Puntos clave
Jesús como el Hijo del Hombre
Jesús encarna tanto la autoridad divina como la humildad humana, viniendo a servir, salvar e iniciar el reino de Dios.
La verdadera grandeza está en el servicio
En el reino de Dios, la grandeza no tiene que ver con el poder o la posición, sino con servir a los demás con amor y humildad (Filipenses 2:3-5).
Somos hijos de Dios
El acto de Jesús de acoger al niño nos recuerda nuestro lugar en la familia de Dios. Como hijos adoptivos suyos, estamos llamados a acoger a los demás y reflejar su amor.
Reflexión
Jesús nos desafía a dejar de lado nuestras ambiciones mundanas de grandeza y a abrazar una vida de servicio, entrega y de humildad. A menudo luchamos con el deseo de reconocimiento o importancia, pero Jesús nos muestra que el camino hacia la verdadera grandeza es ir más allá de los deseos egoístas.
Su camino es alcanzar la grandeza mediante el servicio a los demás. Como hijos de Dios, estamos llamados a vivir con libertad, sabiendo que nuestro valor no depende de lo que hacemos, sino de quiénes somos en Él.
Oración
Señor Jesús, Hijo del Hombre, enséñame la belleza de la humildad y del servicio. Ayúdame a dejar de lado mi deseo de grandeza y a abrazar la vida de un siervo en Tu reino. Gracias por adoptarme en Tu familia y darme el privilegio de ser llamado Tu hijo. Que pueda vivir de una manera que da la bienvenida a otros en Tu amor. Amén.
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Escrito por Jen Wilson, narrado por Juan Bravo, producido por Conectar Global