
Es Tiempo de Conectar, marzo 011
Sanando el distanciamiento
“Un hombre que tenía una enfermedad en su piel se acercó y, de rodillas, suplicó: —Si quieres, puedes limpiarme. Movido a compasión, Jesús extendió la mano y tocó al hombre, diciéndole:—Sí, quiero. ¡Queda limpio! Al instante, se le quitó la enfermedad y quedó sano.
Jesús lo despidió enseguida con una fuerte advertencia:—Mira, no se lo digas a nadie; sólo ve, preséntate al sacerdote y lleva por tu purificación lo que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio.Pero él salió y comenzó a hablar sin reserva, divulgando lo sucedido.
Como resultado, Jesús ya no podía entrar en ningún pueblo abiertamente, sino que se quedaba afuera, en lugares solitarios. Aun así, gente de todas partes seguía acudiendo a él.” Marcos 1:40-45
En la Galilea del primer siglo, la lepra no era sólo una enfermedad de la piel, sino que también era una profunda separación de la comunidad, de la familia y de la propia identidad. La enfermedad no era sólo física, sino también espiritual y social. El leproso era expulsado de las reuniones familiares, excluido del lugar de trabajo y desterrado de la sinagoga.
Su identidad quedaba definida por su enfermedad, y su vida se convertía en una vida de aislamiento y vergüenza. Ya no era un trabajador, un padre, un marido, era un paria.
Para los artesanos, comerciantes y trabajadores de Galilea, cualquier tipo de enfermedad era una grave amenaza para su sustento. Una enfermedad debilitante significaba perder trabajo, salarios y posiblemente, ser expulsado de sus poblaciones o comunidades.
Para un trabajador ser reintegrado al taller no solo significaba volver a tener una fuente de ingresos, sino recuperar un sentido de propósito, dignidad y pertenencia. Significaba restablecer las relaciones con la familia, los amigos y los colegas, e incluso podía significar la reactivación de un negocio familiar en crisis.
En Marcos 1:40-45, vemos la historia de un leproso que, desesperado por sanar, acude a Jesús. “Si quieres, puedes limpiarme” , le dice.
Su súplica no es sólo por la curación física; es manifestación de júbilo por la reintegración a su comunidad, a su vida y a su identidad. Jesús, movido a compasión, extiende la mano y toca al hombre, algo que nadie se habría atrevido a hacer. Con una palabra sencilla pero poderosa, “Queda limpio”, Jesús restaura al hombre no sólo a la salud, sino a su familia, su trabajo y su lugar en el mundo.
De este pasaje aprendemos tres lecciones importantes:
Jesús ve a la persona en su totalidad
La condición del leproso era más que una condición física; era una herida profunda en su alma, sus relaciones y su propósito. Jesús vio más allá de la superficie y lo sanó por completo. Cuando llevamos nuestro quebrantamiento a Jesús, Él no sólo aborda los síntomas externos; sino que también trata con la condición quebrantada del alma, es decir Sana a la persona por completo, restaurándonos a la condición de nuestra identidad redimida en Cristo.
La compasión restaura la dignidad
Jesús estaba indignado y profundamente conmovido por el sufrimiento del hombre. Su compasión lo llevó a tocar al intocable y a restaurar al marginado en la comunidad. Para los trabajadores en tiempos de Jesús, la sanación no solo significaba recuperar la salud física, sino también emocional y relacional, de forma tal que podían reintegrarse a su familia y retomar su rol en la vida laboral. Jesús restaura la dignidad donde antes había vergüenza, dándonos un renovado sentido de valor ante sus ojos.
La restauración conduce a una nueva vida
Para el hombre que fue sanado, ser restaurado a su comunidad significó mucho más que la salud física. Significó la renovación de relaciones, la oportunidad de trabajar nuevamente y la oportunidad de participar en la vida de su familia y su vida laboral. De la misma manera, la obra sanadora de Jesús en nuestras vidas abre la puerta a nuevas posibilidades: vivir plenamente y contribuir al bienestar de quienes nos rodean.
Al reflexionar sobre este pasaje, piensa en las áreas de tu propia vida en las que te sientes separado o aislado, ya sea de Dios, de los demás o de tu propio sentido de propósito. Lleva esos lugares de desánimo a Jesús, sabiendo que Él lo ve, tiene compasión de ti y anhela restaurarte a la plenitud de vida que Él desea para ti.
Oración
Señor Jesús, gracias por tu profunda compasión. Tú ves más allá de mi fragilidad y me ofreces sanación en cada área de mi vida. Restáurame para que pueda vivir plenamente la vida a la que me has llamado. Ayúdame a caminar en la identidad que me has dado y a compartir tu compasión con quienes me rodean. Amén.
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Escrito por Jen Wilson, narrado por Juan Bravo, producido por Conectar Global