
Es Tiempo de Conectar, junio 014
Todos somos llamados a hacer misión
‘Entre los profetas y maestros de la iglesia de Antioquía de Siria se encontraban Bernabé, Simeón (llamado «el Negro» ), Lucio (de Cirene), Manaén (compañero de infancia del rey Herodes Antipas ) y Saulo.
Cierto día, mientras estos hombres adoraban al Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo: «Designen a Bernabé y a Saulo para el trabajo especial al cual los he llamado». Hechos 13:1-2
Imagina que estás en tu vida normal, haciendo lo que sabes hacer y de repente, sientes que algo te llama, te mueve, te invita a ir más allá, a cruzar nuevas fronteras. Así fue con Saulo conocido después como el gran apóstol Pablo a quien Jesús se le aparece en su camino a Damasco con órdenes de meter a la cárcel a los del Camino.
El Espíritu no solo lo llenó de poder, sino que después de 14 años Bernabé va a Tarso y lo lleva a Antioquía de donde les envió a un propósito. Los invitó a salir de su zona de confort, a ir más allá de lo conocido, para llevar el mensaje de Jesús a lugares donde nunca habían estado.
La misión no tiene límites. El Espíritu Santo te llama a ser parte de algo más grande, a no quedarte quieto, a no conformarte con lo que sabes, sino a avanzar con valentía.
El Espíritu Santo empuja al creyente a ser parte de la misión porque esa es la naturaleza misma del Espíritu de Dios: misionera, activa y transformadora. Desde el principio, el Espíritu no vino solo para consolar, sino para enviar.
Desde un perspectiva bíblica, estas son algunas razones:
Porque el Espíritu refleja el corazón de Dios
Dios es un Dios misionero. Desde Génesis hasta Apocalipsis, su deseo ha sido reconciliar al mundo consigo mismo. El Espíritu Santo comparte esa pasión divina y la imprime en cada creyente. Por eso, no se puede recibir al Espíritu y permanecer indiferente al mundo perdido.
“El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10).
Porque el Espíritu transforma pasividad en propósito
Los discípulos antes de Pentecostés estaban encerrados por miedo. Pero cuando vino el Espíritu, salieron con poder, valentía y propósito. El Espíritu convierte a los creyentes en testigos vivos.
“Recibirán poder cuando venga sobre ustedes el Espíritu Santo, y serán mis testigos…” (Hechos 1:8)
Porque el fruto del Espíritu se manifiesta hacia otros
El fruto del Espíritu (amor, gozo, paz, paciencia…) no es para ser guardado, sino compartido. Al vivir una vida llena del Espíritu, naturalmente tocamos otras vidas. El Espíritu nos mueve a amar al prójimo de forma activa y práctica.
Porque la misión no es una opción, es una evidencia
Un creyente lleno del Espíritu no solo habla en lenguas o canta con gozo, también llora por los perdidos, sirve con humildad y va donde Dios lo envía. La misión no es un llamado para unos pocos, sino el resultado natural de estar lleno del Espíritu Santo.
El Mayor Diaz, un militar colombiano retirado, fue un hombre que tuvo un encuentro con Jesús y al ver que su comunidad no contaba con la sede apropiada y que había llegado a sus límites de capacidad, hizo una donación suficientemente grande como para comprar una buena propiedad y adaptarla como lugar de reunión.
Porque el Espíritu da dones… para edificar y alcanzar
El Espíritu da dones (1 Corintios 12) no para entretenimiento, sino para edificación del cuerpo y extensión del Reino. Cada don tiene un propósito misionero: edificar adentro y alcanzar afuera.
En resumen:
El Espíritu no es solo para el “culto,” para las reuniones de oración, es para la calle, la ciudad, y las naciones. Si el Espíritu habita en nosotros, no podemos quedarnos quietos. Nos empuja a ir, servir, amar, proclamar, vivir en misión.
“Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes” — Jesús (Juan 20:21)
Y luego… “Sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo” (v. 22)
Tu misión está justo frente a ti. No necesitas ir al otro lado del mundo para ser parte de la misión de Dios. Tal vez tu misión sea en tu vecindario, en tu familia, en tu trabajo, en tu iglesia. El Espíritu te da la fuerza y la dirección para ser un mensajero de Su amor donde sea que estés.
Oremos:
“Señor, hoy quiero estar dispuesto para ser enviado. Abre mis ojos para ver la misión que tienes para mí. Llévame a donde me necesites, y dame el valor para compartir tu mensaje de amor. Amén.”
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Escrito por Jen Wilson, narrado por Juan Bravo, producido por Conectar Global