Es Tiempo de Conectar, julio 026
Jonás y el peligro de la indiferencia
Jonás no fue un profeta cualquiera. Fue un hombre a quien Dios le habló y quien escuchó claramente pues Dios le asignó una misión muy específica:
“Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y pregona contra ella; porque ha subido su maldad delante de mí.” (Jonás 1:2)
Pero a pesar de que no dudó que Dios le hablaba, no obedeció. Sin pensarlo mucho salió huyendo tanto geográficamente como también huyó espiritualmente pues se negó a ponerse en la brecha por una ciudad perdida, corrupta, violenta y necesitada de misericordia.
Su reacción fue una mezcla de orgullo nacional, juicio personal y, sobre todo, una profunda indiferencia ante el destino eterno de otros.
Mientras las personas que vivían en Nínive se dirigían hacia la destrucción, Jonás decidió huir y quedarse dormido. Literalmente. En medio de una tormenta que él mismo había provocado por su desobediencia, Jonás se fue a dormir a lo más hondo del barco, como si nada estuviera pasando.
El hombre que tenía el mensaje de arrepentimiento para todo un pueblo huyó, no le importó y terminó durmiendo en lo más hondo del barco como para que nadie lo viera. Qué imagen más poderosa pero más triste. El hombre que tenía el mensaje de salvación estaba dormido, y en medio de una gran tormenta y el barco a punto de hundirse, los marineros paganos claman, buscan respuestas y temen por sus vidas.
Nos hace reflexionar sobre un Dios que se interesa por aquellos que están más allá de nuestras fronteras.
Cuando pienso en Nínive recuerdo a Samaria, ambos lugares que los creyentes de su tiempo evitaban a toda costa.
Nínive es símbolo de una ciudad donde vive gente impura y violenta y para Jonás, Nínive es una ciudad pagana, cruel y hostil, un símbolo de todo lo que anda mal. Él no quería ir, no por falta de comprensión, sino porque sabía que Dios era misericordioso y temía que les perdonara (Jonás 4:2). En su corazón, los ninivitas no merecían gracia. Pero Dios no compartía su prejuicio pues no solo quería amonestar a Nínive sino que quería salvarla.
En contraste Samaria era una región que los judíos evitaban y que siglos después de Jonás, Jesús hace algo igual de escandaloso. En lugar de evitar Samaria como lo hacían todos los judíos religiosos, decide pasar por allí (Juan 4:4). Y no solo pasa, sino que se sienta a hablar con una mujer samaritana: marginada, pecadora, y parte de un pueblo despreciado. Jesús rompe la barrera étnica, religiosa, social y de género en una sola conversación, sobrepasando todo estigma e interesándose no sólo por esta mujer sino por todo un pueblo que termina creyendo.
¿Qué tienen en común Nínive y Samaria?
Eran pueblos rechazados y mal vistos por los creyentes de su época.
Representaban lo “impuro”, lo lejano, lo indigno.
Que fueron blanco del amor y la compasión de Dios.
En ambos casos, un mensajero de Dios fue enviado: uno (Jonás) a regañadientes; otro (Jesús) con gozo y compasión.
En ambos casos, hubo respuesta: los ninivitas se arrepintieron, y los samaritanos creyeron (Juan 4:39).
A veces, también nosotros clasificamos a las personas como “demasiado lejos”, “demasiado perdidas”, “no listas aún”. Pero Dios no hace acepción de personas. Su misericordia es para los que están lejos y están cerca, para los que están dentro y los que están fuera. Para el religioso y para el marginado. Para el que asiste a la iglesia y para el que vende su cuerpo en la calle.
Si el evangelio no discrimina, nosotros tampoco deberíamos hacerlo.
Como Jonás, muchas veces también nosotros huimos del llamado de interceder por nuestra “Nínive”. Huimos del dolor de otros, del pecado ajeno, del esfuerzo que implica amar a los que no nos agradan. Y en lugar de ponernos en la brecha, preferimos escondernos en la comodidad de nuestra fe privada.
La indiferencia de Jonás no solo casi destruye su vida; también pudo haber sellado el destino de miles de personas. Pero Dios, en su misericordia, no dejó a Jonás donde estaba. Lo persiguió con una tormenta, lo sorprendió con un pez, y le dio una segunda oportunidad.
Y cuando finalmente Jonás predicó, aunque sin mucho entusiasmo, Nínive se volvió a Dios. El milagro ocurrió no porque Jonás fuera perfecto, sino porque Dios está dispuesto a usar a quienes obedecen, aunque lo hagan de mala gana.
Para terminar, tres preguntas:
¿A qué “Nínive” me está llamando Dios hoy? ¿A qué lugar, persona o causa he preferido ignorar?
¿Estoy dormido espiritualmente mientras otros perecen sin esperanza?
¿Estoy dispuesto a ponerme en la brecha por los que están lejos de Dios, incluso si no los comprendo o no me agradan?
Oración:
Señor, rompe en mí toda barrera que me impida amar como Tú amas. Enséñame a ver con tus ojos a los que están lejos, despreciados o heridos.
Hazme valiente como Jesús para cruzar fronteras y obediente como Jonás a pesar de mi dureza y terquedad. Amén.
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Creado y narrado por Juan Bravo. producido por Conectar Global