Es Tiempo de Conectar, agosto 029
El evangelio que viaja bajo del soplo de Dios
“Primeramente doy gracias a mi Dios mediante Jesucristo con respecto a todos vosotros, de que vuestra fe se divulga por todo el mundo.” Romanos 1:8.
Cuando Pablo escribió a los cristianos en Roma, él aún no había ido, sin embargo ya existía una iglesia fuerte allí compuesta por creyentes que habían recibido el mensaje de Cristo de maneras sencillas y diversas como por ejemplo peregrinos que estuvieron en Jerusalén en los días de Pentecostés, comerciantes, gente que tenía vínculos con la capital del imperio o personas como Aquila y Priscila que conocieron el mensaje de Jesús pues ambos vivían en Roma.
El evangelio no llegó a Roma por medio de grandes campañas evangelísticas y tampoco por el esfuerzo de un apóstol reconocido. El evangelio llegó porque los primeros creyentes no dejaron el evangelio para sus vidas privadas sino que compartieron lo que habían visto y oído.
Esto nos enseña algo poderoso y crucial y es que la difusión de la Palabra de Dios no depende de estructuras, ni de títulos, ni de iniciativas humanas pues el evangelio además de tener poder de transformación y tener vida propia, se abre paso en cualquier contexto, donde menos imaginamos.
Roma siendo el centro del poder y la cultura del mundo del primer siglo, fue alcanzada porque discípulos que eran personas comunes y corrientes comunicaron la fe en su andar cotidiano.
De igual manera es hoy en día, el Evangelio avanza de muchas maneras:
Por medio de una conversación en el trabajo.
Al orar de una manera sencilla por alguien.
Compartiendo un testimonio de lo que Dios ha hecho en tu vida.
Lo que comenzó en pequeñas casas en Roma llegó a cambiar la historia del mundo. Nunca debemos subestimar lo que Dios puede hacer a través de nuestra obediencia cotidiana.
Hace muchos años caminaba por el centro de Medellín cuando un policía me llamó desde su patrulla. Me puse nervioso y, sin pensar, respondí que era artesano. El agente me pidió mostrarle las manos y, al ver que no correspondía a mi respuesta, me acusó de mentir y me llevó a la inspección.
Allí, para sorpresa mía, estaba Mario Bentancur, un joven drogadicto que me conocía como cristiano. Entre gritos dijo: “¡Se equivocaron!”. Terminamos juntos en una celda con varios hombres.
Horas después, cuando Mario despertó de los efectos de la droga, comprendí que Dios quizá me había permitido llegar allí por él. Le hablé de Jesús y de su propósito para su vida. Cuando me llamaron ante el inspector, Mario me pidió que intercediera también por él. Así lo hice, y finalmente nos dejaron libres a los dos.
Días después, me encontré con Mario y ya no era el mismo: tenía un rostro limpio, transformado. Me contó que había entregado su vida a Cristo. Hoy sigue caminando con el Señor, junto a su esposa y su familia.
Reflexión: Quizás pienses que tu voz es pequeña o tu influencia limitada. Pero Dios usa a personas comunes para llevar Su mensaje a lugares estratégicos. Tu vida puede ser el puente para que alguien sea libre de cadenas de adicción y conozca a Cristo.
Oración:
“Señor, gracias porque tu evangelio no tiene fronteras. Ayúdame a ser un canal fiel en mi entorno, confiando en que tu Palabra tiene poder para transformar vidas más allá de lo que yo pueda hacer o imaginar. Amén.”
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Creado y narrado por Juan Bravo. producido por Conectar Global