“Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra, mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades, señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús.” (Hechos 4:29-30)

Tras la resurrección de Cristo, los discípulos enfrentaron oposición, amenazas y persecución. Lo natural hubiera sido quedarse callados y buscar protegerse. Sin embargo, su oración no fue: “Señor, líbranos del peligro”, sino: “Danos denuedo para hablar con más valentía.”

Lo que más impacta a una persona cuando le hablamos de Jesús no es nuestra teología, ni cuánto conocimiento tenemos, ni la comunidad a la que pertenecemos, ni siquiera cuánta experiencia acumulamos. Lo que realmente toca el corazón es nuestra propia historia, el cambio que Dios hizo en nosotros.
Recuerdo cuando ser cristiano era algo muy nuevo para mí y leí Juan 1:11: “A lo suyo vino, pero los suyos no lo recibieron.”

Comprendí que Jesús no vino como un extraño ni como un “extraterrestre”, sino que vino a buscar lo que era suyo… y aun así no fue recibido. Esa verdad me estremeció.

Cuando uno entiende esto, nace un deseo profundo de compartir con otros ese tesoro. No se puede guardar solo para uno mismo. Es el Espíritu Santo quien pone en nosotros ese impulso, esa urgencia de contar lo que hemos encontrado en Cristo.

La Biblia nos habla del denuedo como esa valentía y confianza para anunciar el evangelio sin temor. Lo contrario es timidez, miedo y silencio frente a la verdad de Cristo.

Pedro, antes de recibir el Espíritu Santo, es un buen ejemplo pues cuando Jesús fue arrestado, negó conocerlo tres veces (Mateo 26:69-75). No fue que no creyera, sino que el temor lo paralizó. Esa falta de valentía lo llevó a callar, a esconderse, a vivir momentáneamente dominado por el miedo a lo que otros podían hacerle.

Lo mismo nos puede pasar a nosotros. Cuando falta denuedo:
Guardamos silencio en momentos en que deberíamos dar testimonio.
Nos adaptamos a lo que el mundo espera en lugar de tener compasión y mantenernos firmes en la verdad.

Perdemos oportunidades para sembrar esperanza porque el miedo nos gana.
Pero el Espíritu Santo cambia nuestra debilidad. Aquel Pedro que negó a Jesús, luego predicó con poder en Pentecostés, y tres mil personas creyeron. La diferencia no fue la personalidad de Pedro, sino que fué directo y claro al compartir a Jesús con la multitud.

La buena noticia es que el mismo Espíritu que llenó a Pedro y a los discípulos quiere llenarnos hoy a nosotros.

El evangelio avanza por medio de hombres y mujeres que renuncian a su comodidad y su timidez y buscan ser llenos del Espíritu Santo, que se atreven a proclamar la verdad en medio de un mundo hostil.

Ese denuedo no significa arrogancia ni dureza, sino hablar con claridad, amor y convicción, confiando en que Dios respalda su Palabra.

En nuestros días, el temor al rechazo, la presión social o la idea de ser “políticamente correctos” pueden frenar nuestro testimonio. Pero al igual que los primeros cristianos, la necesidad es abrumadora y necesitamos volver al Espíritu Santo, que nos da valor para no callar.

Aplicaciones prácticas:
Ora por valentía: cada día pide al Espíritu Santo que te dé denuedo, como lo hicieron los discípulos.

Habla con amor y claridad: no basta con valentía; el evangelio debe comunicarse con gracia y verdad.

Recuerda el fruto: alguien escuchará y será transformado porque decidiste no callar.

Oración:
Señor, gracias por el evangelio que me dio vida. Hoy te pido que me llenes de denuedo para proclamarlo, sin temor al rechazo ni a las críticas. Dame amor por las personas y firmeza en tu verdad, confiando en que Tú eres quien convence y transforma. Amén.

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Creado y narrado por Juan Bravo. producido por Conectar Global