Es Tiempo de Conectar, junio 10

Alcanzando sus promesas

Recuerdo de niño cuando mi papá me decía que al día siguiente iríamos a pasear. Durante toda la noche me costaba conciliar el sueño porque imaginaba las aventuras que haríamos al día siguiente. Mi papá es un hombre de palabra, y al escuchar su promesa, yo sabía, sin duda, que él iba a cumplir con lo que me había prometido.

Una promesa de parte de alguien confiable lleva en sí el poder para transformar la mente y la actitud de una persona, y encender la llama de esperanza donde antes existía solamente soledad, temor y preocupación.

Podría tratarse de una promesa por un nuevo trabajo, un mejor sueldo, una nueva casa, o el galardón por un trabajo bien hecho. Sin embargo, una promesa solamente tiene valor, si quien promete es una persona íntegra. La promesa de un mentiroso es como el viento que llega y desaparece.

En el universo no existe nadie más confiable que Dios. Desde el principio, Dios ha hecho sus obras a través de sus palabras, y ha declarado que su palabra es eterna y no puede fallar. Por su palabra, Dios creó el universo, el mundo y todo lo que en él hay. Hebreos 1:3 “…La Palabra de Dios es lo que sustenta todo lo que existe.”

Las promesas siempre se componen de dos partes: Una condición y un resultado, que depende del cumplimiento de una condición.

La primera promesa en la Biblia tuvo que ver con las instrucciones que Dios entregó a Adán cuando le dijo en Génesis 1:28, , “Luego Dios los bendijo con las siguientes palabras: «Sean fructíferos y multiplíquense. Llenen la tierra y gobiernen sobre ella.”

Y también les dijo en Génesis 2:17, “más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” Génesis 2:17.

Adán y Eva no obedecieron la condición estipulada por Dios, y sufrieron las consecuencias. Es importante que sepamos que cuando Dios habla, sus palabras llevan en sí poder.

Isaías 55:10-11 “Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir… así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.”

Cuando el ángel Gabriel llevó su mensaje a María concerniente al nacimiento de Jesús, dijo algo importante que debemos tomar en cuenta, “porque nada hay imposible para Dios” Lucas 1:37

Seguramente, todos estamos de acuerdo con esta aseveración, pero en el griego el significado es aún más interesante. Cuando dice, “porque nada hay…” en griego existe la palabra ‘rhema,’ que significa ‘palabra.’ Se puede traducir así; “Ninguna palabra de Dios es imposible.” En otras palabras, ninguna palabra de Dios se encuentra sin el poder para cumplirse.

María hizo la confesión indicada al escuchar una revelación tan importante. “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra.” Lucas 1:38.

En lugar de dudar que Dios desea o es capaz de cumplir con sus promesas, debemos afirmar la obra de la Palabra en nuestras vidas. Su Palabra hará lo que Él quiere si nos ponemos de acuerdo con ella.

Una promesa de Dios es una declaración de parte de Él que lleva en sí el poder para cumplirse, siempre y cuando las condiciones se cumplan. Lo que Dios quiere hacer en tu vida lo hará por sus promesas. Sus deseos para ti dependen del conocimiento que tengas de las promesas de Dios para ti.

Un buen ejemplo es la promesa de salvación que existe bajo el Nuevo Pacto. Dios declara a través de Pablo, “si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.” (Romanos 10:9).

Ahora veamos el poder que tiene la promesa. Si crees en el corazón, y confiesas con la boca que Jesús es el Señor.

Esto significa que ¿Dios está obligado a salvarte?

¿Será posible que Dios te diga: No te voy a salvar a pesar de tu fe y tu confesión?

Por supuesto la respuesta es, No.

Cuando se cumple con las condiciones, Dios está OBLIGADO a cumplir con su parte.

¡Realmente, la salvación es fe en una promesa!

Nosotros los que creemos basamos nuestra vida en la promesa de salvación y nada más.

Ciertamente, nuestra fe en la promesa libera la gracia de Dios en nuestra vida, junto con todo el poder que la acompaña. Sin embargo, el resultado proviene de la fe y la convicción de que el que promete no miente.

Dios estableció su pacto sobre tales promesas.

Las promesas representan la manera que Dios usa para establecer su voluntad en el mundo. Nuestra ignorancia o pasividad en cuanto a las promesas de Dios puede determinar la calidad de nuestra vida.

“Porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios.” dice 2 Corintios 1:20. En otras palabras, cada promesa que Dios ha hecho al hombre a lo largo de la historia sigue vigente, y está disponible para quien la tome.

Existen promesas inferiores bajo el Antiguo Pacto, y promesas superiores bajo el Nuevo, Pero todas son en Él Sí y Amén.

Es como el chófer de un taxi que en su recorrido encuentra los semáforos con luz verde y nunca tiene que parar, porque la luz siempre está verde cuando él pasa. Así es nuestro Dios. Todo lo bueno que él ha prometido al hombre está disponible para el creyente. Pero las condiciones se tienen que cumplir. La frase, “por medio de nosotros,” significa que somos nosotros quienes determinamos si recibimos el beneficio de la promesa o no.

Una promesa de Dios representa lo que Él quiere hacer en tu vida.

El poder para cumplir la promesa se encuentra en la misma palabra de la promesa, de la misma manera cómo el poder para que crezca una manzana se encuentra en la semilla de la manzana. Es indispensable sembrar la semilla para comprobar el poder de lo que existe adentro.

El poder para que brote un manzano, está dentro de la semilla. Es siempre “Si y Amén.” Simplemente requiere que sea sembrada en la tierra.

¿Cómo alcanzamos sus promesas?

Llenando tu mente y tu corazón con una visión de la promesa ya cumplida.
Medita en la promesa día y noche hasta que sea real en tu corazón (Josué 1:8).
Mantén los ojos en la promesa y no en las circunstancias (2 Corintios 4:18).
Proclama la promesa en voz alta constantemente.
Declara que ya es tuya (2 Corintios 4:13, Proverbios 18:20-21).
Actúa y habla como si fuera la verdad (Santiago 1:23-25).
Nunca dudes del poder de la promesa de Dios.
Decide confesar que vas a recibir lo que Dios dice (Santiago 1:6-8).
No dejes de creer, hablar y actuar hasta que se haya cumplido la promesa.
Nunca te rindas, nunca (Hebreos 6:12).
Continúa haciendo la voluntad de Dios (Hebreos 10:35-36).

Mi oración por ti es:

“Así que no dejamos de dar gracias a Dios, porque al oír ustedes la palabra de Dios que les predicamos, la aceptaron no como palabra humana sino como lo que realmente es, palabra de Dios, la cual actúa en ustedes los creyentes.” 1 Tesalonicenses 2:13.

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