Es Tiempo de Conectar, mayo 10
Transformados en su presencia
Hay momentos en la vida que podremos estar más interesados en el poder de Dios que en tener Su presencia en nuestras vidas. El poder es lo que impacta pero no es lo que transforma. Sólo la presencia de Dios tiene el poder de transformar nuestras vidas.
2 Corintios 3:18 dice, “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.”
Dios espera que le busquemos y nos acerquemos a Él para lograr una verdadera transformación. La persona que tiene una relación de comunión con Dios no se derriba fácilmente, sino que vive seguro y confiado puesto que sabe que el Señor le va a ayudar a transitar por cada una de esas batallas.
La Biblia está llena de ejemplos de personas que fueron tocadas por el poder de Dios pero que al pasar el tiempo no mantuvieron esa sed por su presencia y ese fuego se apagó sin lograr la transformación necesaria. El cambio viene cuando uno invita a Dios a que reine en nuestra vida y no dejar de cultivar cada día esa pasión.
Como leemos en el libro de Éxodo, cuando el pueblo de Israel iba a entrar a poseer la Tierra Prometida, Dios le prometió a Moisés un ángel poderoso para que fuera su ayuda, si bien era una buena señal, en realidad Moisés esperaba y ansiaba tener la misma presencia de Dios. Ahí es cuando uno comprende que la presencia de Dios es más valiosa que su manifestación.
En Lucas 17:11-13 leemos,
“Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo: !!Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!”
Los leprosos acudieron a Jesús en el peor momento de sus vidas y desde la distancia decidieron clamar por un milagro. El Señor, al ver su necesidad tan apremiante les ordenó que fueran y se presentaran a los sacerdotes y al obedecer su palabra, mientras iban, fueron totalmente sanados.
En este pasaje se nos enseña que Jesús no ignora y no sigue de largo cuando alguien lo busca con una necesidad y Él quiere ser tu primer recurso, no el último.
Todos los leprosos fueron tocados por el poder de Dios y todos fueron sanados pero uno solo, el único que era extranjero, regresó a Jesús para darle las gracias; si leemos con cuidado este pasaje podemos concluir que fue el único que fue transformado.
Estos hombres tenían el “no” de la sociedad, eran personas muy discriminadas pues la lepra era una enfermedad calificada como inmunda.
Un leproso, del día a la noche, podría perder todo contacto con su familia, es más, nadie se atrevía a tocarles. Si se le ocurría acercarse a alguien, la persona sana tenía derecho a alejarlo como un perro tirándole piedras. Sencillamente era una de las peores condiciones de rechazo en las que una persona podía caer.
Estos hombres vivían sin esperanza hasta que un día supieron que Jesús pasaba por allí. Tal es así que, sin acercarse demasiado gritaron por un cambio. Jesús tuvo compasión de ellos y los envió a presentarse a los sacerdotes, quienes eran los que detectaban la lepra y los declaraban inmundos haciendo que fueran discriminados y se tuvieran que apartar de la sociedad por temor al contagio.
¡Dios no tiene límites. No hay nada imposible para Él. No hay ninguna situación que no pueda revertir! Sólo debemos acudir a Él, creer en su amor y buscar su presencia.
Cuando Jesús envió a los leprosos a que se presentaran a los sacerdotes, les dio una palabra de fe. Aunque era contra toda lógica, obedecieron y el milagro se produjo.
Aquellos que los despreciaban fueron testigos de cómo Dios había cambiado todo pues cuando uno obedece al Señor, ocurren grandes cosas. La palabra de Dios tiene permanencia y no se termina cuando nos vamos para casa, sino que sigue obrando en el corazón.
La lepra es un símbolo del pecado, comienza como una simple manchita y luego carcome todo el cuerpo. El pecado también va consumiendo nuestro corazón y nuestra mente hasta apartarnos de todo. El que cae en el pecado, termina siendo esclavo de él. Sin embargo, aún en el peor momento, Jesús no se aleja sino que tiene una palabra de fe que nos sana.
Jesús se sorprendió al ver que sólo uno volvió a darle la gloria a Dios pero también vió con pesar como nueve se alejaban. El Señor sabía cuántos eran, es más, los conocía uno por uno. Nosotros también somos valiosos para Dios. Cada vez que en lugar de glorificar a Dios, nos abatimos o nos alejamos, Él lo ve y se sorprende como se sorprendió con los nueve que no regresaron.
Nunca es demasiado tarde para levantar los ojos al cielo y reconocer que el verdadero socorro proviene de Dios. El poder es muy valioso, pues revela lo que Dios hace pero la presencia revela su misma esencia. No nos contentemos con las manos del Señor solamente sino con encontrar su rostro.
En este tiempo, a veces vivimos con mucho por hacer pero con poco tiempo para buscar a Dios.
Sé un perseguidor de la presencia de Dios, ábrele las puertas para que se establezca en tu vida.
Más allá de la condición en la que te encuentres, todavía hay esperanza, busca con insistencia, acércate a su presencia para que seas profundamente transformado(a).
¡No hay nada imposible para Dios! Recuerda que más valioso que sentir el poder de Dios, es ir en pos de su misma presencia.
¡No sólo queremos estar sentados a tus pies, sino recostarnos en tu pecho y ser transformados en tu presencia!
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