Devocional diario septiembre 11

El agradecimiento

¿Quién no ha experimentado alguna vez esa gran alegría que se siente cuando uno le hace un regalo a una persona y ella le devuelve una sonrisa diciendo ¡Gracias!

Por otro lado ¿quién no ha sentido esa gran desilusión que produce hacer un regalo que nos ha costado tiempo y dinero, o hasta fatiga en encontrar, y que la persona lo reciba sin darle importancia, como si no valiera nada, o como si fuera su derecho recibirlo, y no diga una sola palabra de agradecimiento, o si lo dice lo haga por obligación?

¿A qué se debe esa diferencia de actitudes? Al corazón de la persona que recibe el regalo.

Un corazón duro recibe lo que le dan como si fuera su derecho y es incapaz, a su vez, de dar a otro ni siquiera una sonrisa a cambio, salvo que le convenga.

Un corazón mezquino no reconoce el bien que recibe de otros, porque le cuesta admitir que en los demás haya algo bueno, y quizás hasta sospecha que hay una intención oculta detrás del regalo.

Un corazón herido tiene dificultades para salir de su propia pena y gozar del bien que recibe de otros, siendo agradecido como lo debiera ser, porque piensa que no lo merece.

Un corazón egoísta sólo piensa en sí mismo y no en otros y cuando recibe algún regalo, lo toma como si fuera el pago de una deuda de largo tiempo vencida.

Pero un corazón sano verá en la menor muestra de generosidad, una ocasión para demostrar su aprecio por el dador.

El que se siente por encima de los demás, no agradece porque considera que todos le deben dar pleitesía. Pero el que está debajo, agradece todo lo que le dan, como si fuera un favor inmerecido. Cuánto más humilde sea la persona, más reconocerá el valor del favor que le hacen y más agradecida estará.

¿Cuál debe ser nuestra actitud con Dios? Hemos recibido todo de Él, no sólo la existencia, sino la vida misma. Ese aliento que hincha nuestros pulmones es un eco del espíritu que Dios sopló en las narices de Adán y que aún resuena en nuestro pecho. Es una pequeña parte de la propia vida de Dios que respira en nosotros. Y si Él retirara por un sólo instante su atención de nosotros, retornaríamos súbitamente a la nada de la que salimos, pues dice en Hebreos 1:3 que «Él sustenta todas las cosas con la Palabra de su poder.» 

No sólo la vida, el cuerpo y los sentidos; sino también la mente con sus facultades, la memoria, la imaginación y la inteligencia; los sentimientos y las emociones que hacen bella la vida; y la voluntad que nos permite dirigirla; todo lo hemos recibido de Dios; nada hemos obtenido por nuestro propio esfuerzo; y nada de lo material que poseemos nos llevaremos cuando dejemos este mundo.

1 Tesalonicenses: 5:18 NVI

«Den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús”. 

Debemos dar gracias a los demás por los favores que nos hacen. Pero sobre todo, debemos dar gracias a Dios por todas las cosas. No sólo en las alegrías y por las alegrías, sino también en las penas y por las penas. Porque todo viene de Dios.

«¿Cómo?» -dirá alguno. «¿Acaso lo malo viene de Dios?» Cuando a Job le fue quitado todo lo que tenía y se quedó en la miseria, él exclamó: «Dios me lo dio; Dios me lo quitó; bendito sea su nombre.» Job 1:21

Sin embargo, leímos que no fue Dios sino el demonio quien destruyó las posesiones de Job y quién mató a sus hijos, porque en el prólogo del poema leemos cómo Satanás le dice a Dios que si Job le permanece fiel es porque le conviene, ya que Dios lo ha bendecido sobremanera. Pero quítale lo que le has dado, ¡a ver si no te maldice! agrega el demonio.

Job 1:11 Entonces Dios da carta blanca a Satanás para que haga con Job como le parezca, siempre y cuando no toque su cuerpo (v. 12). 

Después le otorga permiso para enfermarlo también si quiere, pero sin tocar su vida (Job 2:6).

Y cuando estaba sentado sobre un montón de ceniza, rascándose sus llagas con una teja, Job fue tentado por su mujer para maldecir a Dios. Pero él le contesta: «¿Recibiremos sólo lo bueno de Dios y no lo malo?» Job 2:10

Todo lo que sucede al hombre, sea bueno o sea malo, viene de Dios, porque nada puede ocurrirnos sin que Él lo permita. Para recalcar esta verdad, dice su palabra en Deuteronomio 32:39, «Yo hago morir y yo hago vivir; yo hiero y yo sano.» 

Ciertamente, como dice la epístola de Santiago 1:17, «toda buena dádiva viene de lo alto,» y no es Dios quien da a sus hijos una piedra o una serpiente -símbolo de desgracia- cuando le piden algo bueno (Lc 11:11). 

Muchas de las cosas malas que le suceden al hombre son simplemente consecuencia natural de sus propios actos. Pero muchas también son cosas con las que Satanás busca afligirnos, porque «él ha venido -dijo Jesús- sólo para robar, matar y destruir.» Juan 10:10.

Sin embargo, nada de lo que el diablo nos quiera hacer para atormentarnos, nos puede sobrevenir si Dios no lo permite; sin que Dios, en última instancia, no lo quiera. Y si Dios lo permite, o lo quiere directamente, no es por maldad, no es por hacernos daño, tampoco por darle gusto al diablo, sino que lo hace para nuestro bien. Fue Dios quien permitió que el diablo afligiera a Job. Si no se lo hubiera permitido, no hubiera podido hacerle nada.

Nos es difícil comprender cómo de un mal puede Dios sacar un bien. Hay un refrán español que expresa esa verdad: «Dios traza renglones derechos con pautas torcidas.» 

Y hay otro que expresa una verdad semejante: «No hay mal que por bien no venga.»

Es de anotar que muchos refranes antiguos expresan pensamientos basados en la Biblia. 

Dios está mucho más alto que nuestros pensamientos y sus caminos -dice su palabra- no son nuestros caminos (Is 55:8,9). El amor infinito que Dios tiene por el hombre hace que todo lo que a su criatura le sucede, aún el castigo, sea para su bien, no para su mal. Y si el hombre, al final de su carrera, recibe el fruto de su rebeldía, esto es, la separación eterna de Dios, no es porque Dios lo haya deseado, sino porque el propio hombre así lo ha querido, a pesar de todo lo que Dios hizo para salvarlo, incluso dando la vida de su Hijo único en rescate de sus pecados.

Por eso es que, cualquiera que sean las circunstancias, debemos dar gloria a Dios por ellas. 

Efesios 5:20: «…dando gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.»

Si nosotros le damos gracias a Dios también en las malas, estaremos reconociendo que Dios es rey soberano sobre toda la tierra y que Él gobierna el mundo según su beneplácito; reconoceremos que Él tiene una intención superior – que para nosotros es inescrutable- al permitir que algo temporalmente malo nos venga al encuentro. 

Al agradecerle, manifestamos también nuestra fe de que Él puede sacar de lo ocurrido un bien mayor a lo que hemos perdido, porque Él todo lo puede; porque Él es bueno y su misericordia es para siempre (Sal 136:1). 

En suma, al agradecerle y alabarlo en todas las circunstancias, buenas o malas, elevamos un cántico de fe a Dios.

De ahí viene que en el Salmo 103 1-5, David canta: 

«Bendice alma mía al Señor y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus iniquidades; el que sana todas tus dolencias; el que rescata tu vida de la fosa; el que te corona de favores y de misericordias; el que sacia de bien tu boca, de modo que te rejuvenezcas como el águila.» 

Si el mensaje ha hablado a tu vida, deja un comentario a continuación, esto nos ayudará a seguir creciendo. Y comparte el mensaje con esas personas que Dios a puesto en tu mente mientras encuchas el devocional.