▷El poder que hay en su presencia

Es Tiempo de Conectar, agosto 16

El poder que hay en su presencia

Así como Abraham no se detuvo en Harán sino que continuó su camino hacia el cumplimiento de la promesa, así también debemos ir en busca de lo mejor y no detenernos a mitad de camino.

Luego de muchos años deambulando por el desierto, a Israel le había llegado el momento de volver a Canaán y tomar posesión de la promesa.

Leemos Éxodo 23:20-23:

“Mira, yo envío un ángel delante de ti para que te proteja en el viaje y te lleve a salvo al lugar que te he preparado. Préstale mucha atención y obedece sus instrucciones. No te rebeles contra él, porque es mi representante y no perdonará tu rebelión. Pero si te aseguras de obedecerlo y sigues todas mis instrucciones, entonces yo seré enemigo de tus enemigos y me opondré a todos los que se te opongan. Pues mi ángel irá delante de ti y te llevará a la tierra de los amorreos, de los hititas, de los ferezeos, de los cananeos, de los heveos y de los jebuseos, para que vivas en ella. Yo los destruiré por completo.”

Vemos que Dios estaba enviándo a Moisés con la poderosa compañía de su ángel, algo muy significante para los hebreos, pues para ellos los ángeles no eran lo que nosotros estamos acostumbrados a imaginar, seres lejanos cargando un arpa envueltos en un fino lienzo, parados sobre una nube con expresión de ternura. Para los hebreos los ángeles eran sinónimo de poder y autoridad.

Los ángeles eran mensajeros de Dios como también poderosos guerreros en la batalla, capaces de vencer a un ejército entero. El que Dios le haya prometido la compañía de un ángel a Moisés significaba la victoria asegurada.

Sin embargo si continuamos leyendo en Éxodo 33:12-16,

“Un día Moisés dijo al Señor:
—Tú me has estado diciendo: “Lleva a este pueblo a la Tierra Prometida”. Pero no me has dicho a quién enviarás conmigo. Me has dicho: “Yo te conozco por tu nombre y te miro con agrado”.

Si es cierto que me miras con buenos ojos, permíteme conocer tus caminos, para que pueda comprenderte más a fondo y siga gozando de tu favor. Y recuerda que esta nación es tu propio pueblo.

El Señor le respondió:
—Yo mismo iré contigo, Moisés, y te daré descanso; todo te saldrá bien.

Entonces Moisés dijo:
—Si tú mismo no vienes con nosotros, no nos hagas salir de este lugar. ¿Cómo se sabrá que me miras con agrado —a mí y a tu pueblo— si no vienes con nosotros? Pues tu presencia con nosotros es la que nos separa —a tu pueblo y a mí— de todos los demás pueblos de la tierra.”

Hay una diferencia entre el poder de Dios y la presencia de Dios. El poder actúa de una manera milagrosa, mientras que su presencia transforma.

Muchos pueden estar atravesando algún problema específico en su vida y necesitan del poder de Dios actuando sobrenaturalmente. No obstante, lo que verdaderamente cambia un corazón es la presencia del Señor. Esto explica por qué hay personas que reciben una sanidad tremenda pero al tiempo se enfrían y se apartan. Es porque fueron sorprendidos por el poder pero no buscaron al dueño de ese poder, el cual es el Espíritu Santo.

El poder es externo, mientras que la presencia es interna.

El poder es una actividad divina para un momento específico y se manifiesta cuando hay dificultades, cuando hay una enfermedad. Sin embargo, lo que verdaderamente transforma nuestra vida y nos permite seguir creciendo es ser llenos de la presencia del Espíritu Santo.

En otras palabras, la presencia produce poder pero el poder no produce presencia.

Uno puede estar intentando sentir el fuego, el poder y la manifestación, pero nada se compara con conocer verdaderamente la esencia de Dios y su gloria.

El poder se recibe pero la presencia se busca.

Cuando vamos a una reunión, el pastor puede orar por nosotros y podemos recibir el poder, sin embargo para conocer la presencia de Dios es necesaria una búsqueda personal. Es algo que sale del anhelo del corazón.

El poder se manifestó, por ejemplo, en la multiplicación de los panes y los peces donde solo un milagro podía saciar el hambre de una multitud (Juan 6:1-13). Pero Jesús les quería enseñar algo más a sus discípulos. El poder es impactante pero lo que cambia para siempre una vida, es la presencia, la gloria de Dios.

El mal de nuestro tiempo es que se busca solamente el poder, la unción, sin rendirse ante la presencia de Dios. No sirve de mucho si uno sólo espera ser impactado en su necesidad y luego desoír la enseñanza de la Palabra.

Necesitamos llegar a un nivel de comunión y de revelación mayor.

Job 22:21 dice: “Vuelve ahora en amistad con él, y tendrás paz; Y por ello te vendrá bien.”

Moisés dependía de la presencia de Dios para obtener la victoria. Él ya había experimentado el poder. Lo había visto junto al pueblo de Israel en las plagas de Egipto, en la apertura de las aguas del Mar Rojo, en la alimentación milagrosa del Maná. Sin embargo, el pueblo ya estaba acostumbrado al poder. Lo habían visto todo y sin embargo, llegó un punto donde extrañaban a Egipto.

Cuando Jesús murió en la cruz, el velo del tabernáculo que separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo se rasgó que significa que por medio de la muerte y la resurrección de nuestro Señor, el camino hacia la presencia de Dios está abierto a todo el que cree.

Tú tienes acceso a la presencia de Dios, si lo buscas con el corazón.

Salmo 46:10 dice: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; Seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra.”

La presencia de Dios se revela en nuestras vidas en la quietud.

La búsqueda de la presencia de Dios, no es con palabras religiosas sino con un corazón rendido y expectante a Dios. No es cuestión de convencerlo, sino de buscarlo con sinceridad. Tampoco es por los méritos realizados, sino que es por su gracia y misericordia.

¡Tienes pleno acceso a la gloria de Dios! Solo ríndete completamente, aquieta tu corazón y busca a tu Señor. ¡Dios espera que lo encuentres!

¡Cuán diferente es alguien que busca a Dios!

Señor, no quiero buscarte sólo por tu poder, quiero estar lleno de tu presencia. No me envíes un ángel, sino quédate conmigo, quiero vivir de tu mano.

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Dios te bendiga.

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