Es Tiempo de Conectar, febrero 18
Un encuentro con Dios en la cueva
«Los israelitas se dieron cuenta de que estaban en aprietos, pues todo el ejército se veía amenazado. Por eso tuvieron que esconderse en las cuevas, en los matorrales, entre las rocas, en las zanjas y en los pozos.» 1 Samuel 13:6.
Los momentos de prueba o de cueva, siempre surgen cuando uno está en aprietos y la mejor solución, a nuestro parecer, es huir a una cueva.
Aunque haya un día muy soleado, en una cueva siempre nos sentiremos solos, con frío y sin esperanza. Una cueva siempre es oscura pues dentro de ella nunca podremos tener visión ni sueños, tenemos que salir a la luz de Dios para poder renovar nuestra mente y entender todo lo bueno que Él tiene para nosotros.
Existen otros que se esconden en los matorrales, en arbustos bajos y de poco fruto y es allí donde viene el estancamiento, eso es cuando nos escondemos en nuestras limitaciones.
Otros se esconden en las rocas, que tipifica la dureza del corazón. Es decir donde cae la Palabra pero el corazón ya no la recibe igual, donde la expectativa por las cosas de Dios y por servirlo… se va perdiendo. Ya no te sientes la misma persona, vas a una cueva de rocas donde poco a poco te terminas convirtiendo en ellas.
No importa si hoy tu corazón está duro como una roca, Dios puede cambiarlo y derretirlo.
Otros se esconden en las zanjas que se usan para echar los cimientos. Esto es la aparente seguridad, la autosuficiencia que desarrollamos cuando pensamos que no tenemos qué echar raíces en un lugar, que no necesitamos de nadie para construir.
Otros en los pozos… Los pozos de la desesperación como en el Salmo 40… pozos de inmadurez por donde Dios en algún momento nos ha dejado entrar, para ser el blanco de calumnias de mentiras… Es allí donde tu autoestima es probada, donde te sientes rechazado.
El profeta Elías, en 1 Reyes 19, venía de tener una victoria frente a los profetas de Baal y es entonces que recibe una amenaza de la reina Jezabel.
Charles Spurgeon en su libro «Discurso a mis estudiantes» dice que el momento donde más sensibles somos al desánimo es después de un gran éxito.
1 Reyes 19:2 “…así me hagan los dioses, y aun me añadan, si mañana a estas horas yo no he puesto tu persona como la de uno de ellos.”
En cualquier otro momento, Elías hubiera tomado ese mensaje con toda calma pero después de todo lo que acababa de hacer, el mensaje lo aplastó y lo hizo huir.
1 Reyes 19:3, “Viendo, pues, el peligro, se levantó y se fue para salvar su vida, y vino a Beerseba, que está en Judá, y dejó allí a su criado.”
Elías dejó de mirar a Dios y comenzó a mirar sus circunstancias. Cuando dejas de mirar a Dios, tus problemas se hacen grandes y tu Dios pequeño.
V.4 “Y el se fue por el desierto un día de camino y vino y se sentó debajo de un enebro…”.
Te agotas y el miedo invade tu vida. El temor nos hace sobredimensionar los problemas.
Así también sucede con nosotros muchas veces, tenemos grandes victorias, nos comienza a ir bien, vemos cómo nuestra familia está cambiando pero de pronto viene una adversidad, un problema que hace que nos hundamos en el desaliento.
Cuando no tengas ganas de buscar a Dios, es cuando más debes hacerlo. Es en esos momentos donde debemos mantenernos firmes y alertas espiritualmente.
Orando, ayunando, leyendo la Biblia y escuchando las buenas noticias del periódico del cielo.
1 Corintios 10:12 “Así que el que piense estar firme, mire que no caiga.”
Nunca somos tan vulnerables como después de tener una victoria, así que, ¡cuidémonos y seamos cautos! Es importante que reforcemos en esos momentos nuestra vida de oración, nuestra conexión con Dios y no olvidar de quien vienen las victorias de la vida.
“Luego siguió solo todo el día hasta llegar al desierto. Se sentó bajo un solitario árbol de retama y pidió morirse: «Basta ya, Señor; quítame la vida, porque no soy mejor que mis antepasados que ya murieron»” 1 Reyes 19:4.
La depresión y el desánimo nos llevan a la autocompasión y a desear morirse. Elías había perdido la objetividad, estaba cegado.
¿Quién le dijo que tenía que ser mejor que sus padres? Pues Dios no, pero Dios sí sabía que tenía todo lo necesario para ser un buen líder.
Elías había logrado vencer en batalla a los profetas de Baal y Asera pero Satanás le estaba ganando la batalla de la mente.
Este ejemplo es clave porque aunque Elías había salido victorioso y Satanás había logrado que en su mente él se sintiera derrotado y acabado.
Dios lo había llamado para que fuera efectivo en la tarea que se le había encomendado, no para que se comparara con nadie. Pero cuando estamos desalentados, no vemos más allá de nosotros mismos y de nuestras circunstancias.
Elías veía que era el único llamado para enfrentar a los sacerdotes de Baal y que era el único que experimentaba el celo por el Señor.
¿Qué tenemos que hacer para volver a conectarnos con la realidad y poner de nuevo nuestros pies sobre la tierra?
Recurrir a nuestra fuente de victoria.
Una de las mejores cosas que podemos hacer al estar en la cueva del desaliento es expresar con toda claridad cuáles son nuestros sentimientos frente a lo que nos ocurre, de esta manera nuestro Consolador, el Espíritu Santo, nos va a recordar la Palabra de Dios que se aplica a nuestra situación.
Y recuerda que descansar en Dios te libera, te renueva y te restaura.
Si nuestras emociones están desafinadas, no hagamos nada. DESCANSEMOS!!!!
Cuando estamos enfrascados en nosotros mismos, hay qué parar. Mañana será otro día. Basta a cada día su propio afán.
Hay quienes desean tirar la toalla cuando pasan por la cueva del desaliento. Quieren renunciar al trabajo, al ministerio, a la iglesia, a todo y es mejor no tomar decisiones permanentes por culpa de emociones temporales. ¡Déjate guiar por tu Pastor!
Salmos 23:3, «Confortará mi alma; me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.»
Dios le dijo a Elías: «¡Levántate!».
Es lo mismo que te dice a ti… ya lloraste lo suficiente, ya le diste vueltas al asunto, ahora cambia tu actitud. Dios te mira en la cueva y te dice: «¿Qué haces ahí? Ese no es tu lugar, tu lugar está aquí conmigo en mi presencia.
V. 11 Dios le dice a Elías: «El Señor le dijo: Sal y ponte de pie delante de mí, en la montaña.»
Alaba a Dios. Dios le pidió a Elías subir al monte.
Nos habla de subir, de no quedarnos en el valle de las lamentaciones, sino subir, elevar el nivel y tener una mejor perspectiva de las cosas que están ocurriendo en nuestra vida.
Cuando en vez de quedarnos postrados subimos al monte y le alabamos, ponemos a Dios en el único lugar donde debe estar… En el centro de nuestras vidas.
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