Es Tiempo de Conectar, julio 30

Dios es mi Protector

“¡Bendito seas, mi Dios y protector! ¡Tú me enseñas a luchar y a defenderme! ¡Tú me amas y me cuidas! Eres mi escondite más alto, el escudo que me protege, ¡el Dios que me permite reinar sobre mi propio pueblo!”

Desde el principio Dios se ha mostrado a su pueblo como un Dios protector, nos saca de la esclavitud, nos protege del mal, nos libra de las adversidades, nos cuida cual ovejitas nuestro buen Pastor.

Cuando sentimos que nadie nos defiende, que nadie vela por nosotros, quiero recordarte que allí está tu Dios protector blindándote para que nada ni nadie te haga daño.

Es cierto que hay muchas injusticias, que hay personas que en el día a día nos hieren, nos lastiman, nos hacen sentir que Dios no está con nosotros, pero cuando esas cosas suceden tenemos una pregunta que ronda en nuestra mente ¿Dónde estaba Dios cuando eso me sucedía? ¿Dónde estaba Dios cuando murió este ser querido? ¿Dónde está Dios ahora mismo?

La respuesta de antes y la respuesta de ahora es la misma ¡Dios está allí contigo! Estuvo antes, estará mañana y seguirá junto a ti ¿Cómo fue que no hizo nada? Eso es lo que tú y yo pensamos… Hay ciertas circunstancias que nos sirvieron para madurar, hay otras que aprendemos dándonos golpes contra la pared, y nos duelen pero nos enseñan a nunca más volver por el mismo camino.

La enseñanza duele y pensamos que es la vida que nos enseña, la vida que nos prepara, pero es DIOS, siempre ha sido Él quien no ha permitido que mueras con lo dolorosa de las situaciones, no ha permitido que te mates cuando pensabas suicidarte, allí estaba contigo, envió a su ángel en forma de mamá que te protegiera cuando tu papá los abandonó, envió a un vecino que les llevara comida cuando no tenían qué comer, es Dios protector que nos protege de accidentes, que nos salva de morir, que nos extiende la felicidad.

Dios es todo lo bueno que nos podemos imaginar; cuando nos separamos de Él es que comenzamos a sufrir como le sucedió a Adán y a Eva que mientras disfrutaban de su paraíso y estando bajo la protección de Dios, se les ocurrió hacerse los independientes, tomar sus propias decisiones y fallarle a Dios; no sólo salieron de su protección sino que también salieron de su bendición.

Cuando nos separamos de Dios es como si nuestro seguro de vida expirará, es como si camináramos por el mundo desnudos, tal y como le sucedió a Adán y a Eva.

Me viene a la memoria el pasaje en Juan 15 que dice: “separados de mí, nada pueden hacer.”

Y me pregunto cómo es que los discípulos de Jesús soportaron que los golpearan, que los llevaran a la cárcel, que les hicieran daño por predicar el evangelio y a pesar de eso continuaban, continuaban y continuaban y no paraban.

2 Corintios 4:8-9 NTV me ayudó a entender que ellos estaban seguros que Dios era su protector:

“Por todos lados nos presionan las dificultades, pero no nos aplastan. Estamos perplejos pero no caemos en la desesperación. Somos perseguidos pero nunca abandonados por Dios. Somos derribados, pero no destruidos.”

Dios no nos va a abandonar en el proceso y es lo que precisamente necesitamos saber; nos presionan las dificultades, pero Dios está con nosotros como aquel calmante que nos tranquiliza, nos carga en sus brazos y nos ayuda cuando las fuerzas se nos terminan.

Nos vienen a aplastar gigantes más grandes que nosotros, pero Dios es más grande que nuestros gigantes pues quien se mete contigo, se mete con Dios. Nos desesperamos porque esa es nuestra naturaleza, pero con Dios hasta el más acelerado e impaciente tiene que volverse flemático y esperar en Dios.

Nos persiguen las deudas, nos persiguen los amigos para volver atrás, pero Dios no nos va a abandonar en esta carrera, el Dios que nos protege lleva la delantera y nos anima para seguir avanzando.

Si aún permanecemos con vida, significa que Dios está haciendo su trabajo, nos está protegiendo, y lo está haciendo muy bien.
Podemos orar el Salmo 144:

“¡Bendito seas, mi Dios y protector!
¡Tú me enseñas a luchar y a defenderme!
¡Tú me amas y me cuidas!
Eres mi escondite más alto,
el escudo que me protege,
¡el Dios que me permite reinar sobre mi propio pueblo!
Dios mío, ¿qué somos nosotros para que nos tomes en cuenta?
¿Qué somos los humanos para que nos prestes atención?
Somos como las ilusiones; ¡desaparecemos como las sombras!
Dios mío, baja del cielo, toca los cerros con tu dedo y hazlos echar humo.
Lanza tus relámpagos, y pon al enemigo en retirada.
¡Tiéndeme la mano desde lo alto y sálvame de las muchas aguas!
¡No me dejes caer en manos de gente malvada de otros pueblos!
Esa gente abre la boca y dice mentiras; levanta la mano derecha y hace juramentos falsos.

Dios mío, voy a cantarte un nuevo canto; voy a cantarte himnos al son de música de arpas.

A los reyes les das la victoria, y al rey David lo libras de morir a filo de espada.
¡Sálvame también! ¡Líbrame de caer en manos de gente malvada de otros pueblos!

Esa gente abre la boca y dice mentiras; levanta la mano derecha y hace juramentos falsos.

Permite que nuestros hijos crezcan en su juventud fuertes y llenos de vida, como plantas en un jardín.

Permite que nuestras hijas sean hermosas como las columnas de un palacio.
Haz que en nuestros graneros haya abundancia de alimentos.
Haz que nuestros rebaños aumenten en nuestros campos hasta que sea imposible contarlos.

Permite que nuestros bueyes lleven carretas bien cargadas.

No dejes que nuestras murallas vuelvan a ser derribadas, ni que volvamos a ser llevados fuera de nuestro país, ni que en nuestras calles vuelvan a oírse gritos de angustia.

¡Tú bendices al pueblo donde todo esto se cumple! ¡Tú bendices al pueblo que te reconoce como su Dios!”

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