Devocional diario marzo 11
Toma el trono de mi vida, Dios
Salmos 45:6
“Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre; Cetro de justicia es el cetro de tu reino”
Qué buena oración es poderle decir a Dios: «¡Gobiérname! Tu trono es eterno».
Cuando hacemos nuestra decisión de seguir a Dios es como si hiciéramos un “voto” para elegir nuevo presidente en el trono de nuestro corazón. Por años hemos estado nosotros sentados en el trono gobernando y a Dios lo llamábamos cogobernante, pero Dios tiene que ser el rey soberano del trono de nuestro corazón.
Gálatas 2:20
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”
Entregar a Dios el trono es darle el control. Es “ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí”. Eso significa morir a nosotros mismos, negarnos a nosotros. No es tu voluntad, es la voluntad de Dios. No son tus decisiones, sino que tienes que consultarle a Tu Dueño. Recuerda, no es tu familia… tienes que tratarla bien porque todo lo que tienes es prestado. Negarse a uno mismo es sencillamente decirse “NO” a lo que uno desea, a lo que uno cree que es lo mejor, a lo que uno considera necesario… Cuando eso que uno desea, que uno cree lo mejor no coincide con los intereses del Reino y con la voluntad de Dios, entonces no es necesario y no sirve.
Uno de los atributos de Dios es el de su soberanía. Su derecho como Creador y Redentor a sentarse en el trono a ejercer Su voluntad, sin dar explicaciones o rendir cuentas a nadie.
Si tenemos a Dios por rey, debemos rendirnos a Su soberanía. El reino de Dios no es tan solo en los cielos, es también en nosotros. El reino de Dios viene a ser la esfera de su autoridad, el ámbito donde Él gobierna, donde se hace Su voluntad sin interferencias ni dilaciones.
Salmo 103:21-22
«Alaben al Señor, todos sus ejércitos, siervos suyos que cumplen su voluntad. Alaben al Señor, todas sus obrasen todos los ámbitos de su dominio. ¡Alaba, alma mía, al Señor!»
Donde hay súbditos sometidos al Rey y donde Él señorea, allí está el reino. Si en tu hogar hay sumisión u obediencia a Dios y a sus autoridades delegadas, entonces tu hogar es parte de ese reino maravilloso porque allí Dios ocupa el trono, allí Él lleva la batuta y tiene el control. Generalmente, los seres humanos queremos que Dios esté en todas partes menos en el trono de nuestras vidas.
A lo largo de la historia, el hombre ha visto con agrado que Dios desde el cielo dirigiera la creación, se ha complacido de verlo hincado sobre la tierra formando amorosamente a Adán con sus manos, le ha permitido igualmente entrar a su casa, siempre que permanezca clavado en una cruz o hasta lo ha buscado para sanar a algún enfermo o para pedirle un milagro pero cuando el ser humano ve a un Dios
que se sienta en el trono y se dispone a gobernar nuestras vidas, a veces parecemos estar molestos con Su voluntad.
Eclesiastés 8:4
«Puesto que la palabra del rey tiene autoridad, ¿quién puede pedirle cuentas?»
Nosotros muchas veces nos igualamos a nuestro soberano Dios y le decimos: «Señor, ¿por qué no me diste el carro que te pedía siendo yo tu hijo?», «Señor, ¿por qué estoy soltero si yo tanto he orado por esta relación?», «¡Cómo es posible que hayas permitido que me suceda una cosa así!».
Y es que los seres humanos cuando las cosas no salen como queremos, cuando no entendemos lo que Dios está haciendo, nos enojamos con Dios y pretendemos darle un golpe de estado para volver a tomar el trono desde donde ejercemos el control para hacer finalmente nuestra voluntad, sin recordar que no hay atributo más reconfortante para nosotros los seres humanos, que la soberanía de Dios.
La soberanía de Dios es nuestra tranquilidad: El ser más bueno, el que más nos ama, el que dio su vida por nosotros, Aquel que es Sabio y Todopoderoso, es quien está en control de todo lo que nos sucede. ¿Qué nos toca hacer a nosotros? ¡Alegrarnos cuando Dios esté en el trono!
Salmo 97:1a
«¡El Señor es rey! ¡Regocíjese la tierra! ¡Alégrense las costas más remotas!»
Dejemos de comportarnos como asesores de Dios, que sea solo Él quien gobierne.
Isaías 55:8-9
“Porque mis pensamientos no son los de ustedes, ni sus caminos son los míos—afirma el Señor— Mis caminos y mis pensamientos son más altos que los de ustedes; ¡más altos que los cielos sobre la tierra!”.
Dios sabe lo que es mejor para nosotros. Cedámosle el trono en nuestra familia, con nuestro esposo, en el ministerio. No hagamos las cosas a nuestra manera, como ya lo habíamos estructurado en nuestras cabezotas, dejemos que el plan de Dios se ejecute sin intervención nuestra.
Salmos 89:14
“Justicia y juicio son el cimiento de tu trono; Misericordia y verdad van delante de tu rostro”
Cuando le damos a Dios el trono confiamos en Su justicia y en Su juicio: La misericordia y la verdad nos siguen y nos alcanzan. Cederle el trono a Dios es no ver nuestras circunstancias sino confiar que Él tomará las mejores decisiones para nuestras vidas.
Salmos 9:4
“Porque has mantenido mi derecho y mi causa; Te has sentado en el trono juzgando con justicia”
Hebreos 4:16
“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”
Oremos para que todos los que aún no le conocen puedan acercarse a Su trono de gracia. Dios te doy el trono de mi vida y te doy el primer lugar en Él.