Es Tiempo de Conectar, agosto 004
Acumulando tesoros que no caducan
«No almacenes tesoros aquí en la tierra, donde las polillas se los comen y el óxido los destruye, y donde los ladrones entran y roban. Almacena tus tesoros en el cielo, donde las polillas y el óxido no pueden destruir, y los ladrones no entran a robar.» Mateo 6:19–20
«Donde esté tu tesoro, allí estarán también los deseos de tu corazón.» Mateo 6:21
Desde el día en que Jesús se reveló a mi vida siendo un joven de 19 años, nació en mí un amor y un deseo profundo de proclamar y compartir Su mensaje.
No tuve la oportunidad de ir a un seminario teológico, quizás debí hacerlo, pero lo que sí hice fue entregar mi vida por completo al Señor. Sin embargo, nunca sentí que mi llamado fuera servir como pastor o sacerdote en el sentido tradicional.
En cambio, mi camino me llevó a comenzar una empresa de artes gráficas con mi hermano Rafael. Años después, al conocer a mi esposa Adriana, ella compró la parte de Rafael y seguimos trabajando juntos. Fueron 19 años intensos: aprender a liderar un equipo, crecer hasta tener 35 empleados, participar activamente en la iglesia, predicar ocasionalmente los domingos, siempre manteniendo viva mi fe en medio de la vida empresarial.
Hasta que un día, de camino a mi oficina, mi vida dio un giro inesperado. Dos muchachos en moto intentaron asaltarme; al tratar de huir, uno de ellos me disparó. No había notado que tenían una pistola. Eran tiempos oscuros en Medellín, los años del Cartel, de la violencia y la corrupción que llevaron al país al borde de convertirse en un estado fallido.
Ese momento se convirtió en un punto de inflexión en mi vida espiritual. El pasaje de Mateo sobre no hacer tesoros en la tierra comenzó a resonar de una manera nueva y profunda. Jesús no estaba hablando de manera figurada: era un llamado real, urgente, personal.
Pero entonces me surgió la gran pregunta: ¿Cómo se hacen tesoros en el cielo? La verdad es que no lo sabía. No tenía claro cómo se acumulaban esas riquezas eternas. Sin embargo, una cosa sí entendía: si Jesús lo decía, era verdad. Y si era verdad, yo debía descubrirlo y vivirlo.
Comencé a entender que los tesoros en el cielo no tienen que ver con lo que guardamos en una cuenta bancaria, sino con lo que damos, lo que invertimos en otros, lo que sembramos para la eternidad. Cada acto de amor, cada palabra de aliento, cada inversión en otros, el enfoque en el Reino de Dios, cada oración por alguien, cada sacrificio, eso es inversión eterna.
“Sin embargo, Dios…sembró la eternidad en el corazón humano.” Eclesiastés 3: 11.
Al considerar en la ecuación que somos eternos, Jesús nos insta a vivir con perspectiva eterna. La empresa, los logros, el patrimonio, todo eso es pasajero. Lo único que trasciende es lo que hacemos en obediencia a Dios y por amor a otros.
No se trata de abandonar el trabajo o las responsabilidades, sino de recordar que lo que cuenta al final es lo que queda para la eternidad.
Las siguientes son algunas maneras bíblicas de invertir en lo eterno:
Servir a otros
Compartir el Evangelio
Orar
Vivir con integridad
Ser generoso
Discipular a otros
Vivir en santidad
Perdonar
Hacer tesoros en el cielo no es un acto aislado, es un estilo de vida. Es vivir sabiendo que cada decisión, cada palabra y cada acción pueden tener valor eterno si se hacen para Dios.
En la tierra, todo se oxida, se pierde o se olvida. En el cielo, nada se pierde.
Oración
Señor, enséñame a invertir mi vida en lo que realmente importa. Ayúdame a ver más allá de lo inmediato y a vivir cada día más consciente de la eternidad.
Que mis decisiones, mis palabras y mis acciones sean semillas para mi propia eternidad y para la eternidad de otros. Amén.
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Creado y narrado por Juan Bravo. producido por Conectar Global