Es Tiempo de Conectar, junio 024

Cuando Dios te llama a salir de tu zona de confort

«Cuando escuché esto, me senté a llorar. De hecho, durante varios días estuve de duelo, ayuné y oré al Dios del cielo.» Nehemías 1:4

Debido a su desobediencia, idolatría y rebelión constante contra Dios, el reino de Judá fue conquistado por el Imperio Babilónico bajo el rey Nabucodonosor. Jerusalén fue destruida, el templo fue quemado, y miles de judíos fueron llevados al exilio en Babilonia, incluyendo familias enteras, nobles, y personas capacitadas.

Nehemías nació en esta etapa del exilio o poco después de la conquista persa. Él no conoció a Jerusalén en su gloria. Era parte de una nueva generación de judíos que vivían como extranjeros, pero aún guardaban la fe, las promesas y la esperanza del pueblo de Dios.

A pesar de ser extranjero en el lugar donde vivía, Nehemías llega a ser copero del rey Artajerjes I, una posición de altísima confianza y responsabilidad. Esto nos habla de su carácter, integridad y fidelidad. No fue un llamado desde el templo, sino desde el palacio pagano donde servía con excelencia.

Nehemías no era un profeta ni un sacerdote. Tampoco era un predicador conocido o un líder militar. Era un hombre “común” que había llegado a una posición poco común: ser copero del rey de Persia.

El copero no solo era quien probaba el vino antes que el rey, su vida era literalmente el escudo del rey, sino también un consejero cercano, alguien de absoluta confianza en el palacio. Nehemías tenía poder, acceso, comodidad y seguridad. Era lo más cercano a vivir en “la cima” para un hebreo exiliado.

Y, sin embargo, cuando llegaron noticias de Jerusalén, su corazón se quebró. Le contaron que las murallas estaban derribadas, que el pueblo vivía en vergüenza, y que la ciudad santa era solo una sombra de lo que fue.

Nehemías pudo haber seguido con su vida privilegiada como si esta crisis no lo afectaba directamente, muchos lo habrían ignorado, pero Dios usó esa noticia para incomodarlo. Sintió tanta carga por su pueblo que no pudo seguir como si nada. Lloró. Ayunó. Oró. Y después se arriesgó.

Salió de la comodidad del palacio real para enfrentar una ciudad en ruinas. Cambió la copa del rey por ladrillos de consejero en la corte para ser un obrero más entre escombros.

¿Por qué? Porque cuando Dios pone una carga en tu corazón, ya no puedes vivir tranquilo en tu zona de confort.

Recuerdo un día en que fui a hacer una diligencia al banco y, justo en la entrada, vi a dos señoras con tres niños pequeños. Se notaba que eran de escasos recursos; los niños estaban aferrados a las faldas de su madre. No pude simplemente pasar de largo e ignorarlos.

Me detuve, me acerqué, y escuché a una de las mujeres contarle a la otra su tragedia: eran una familia desplazada por la violencia, con varios hijos, y el esposo las había abandonado. La situación era desgarradora. Les pedí que me esperaran unos minutos mientras entraba al banco para terminar lo que tenía que hacer, porque quería comprender mejor y así ser de ayuda.

Al salir, me acerqué de nuevo y, como Nehemías, que no pudo quedarse indiferente ante el dolor de su pueblo, yo tampoco pude ignorar esa necesidad humana frente a mí. Le pedí a la señora y a sus niños que se subieran a mi carro. Fuimos juntos a una tienda cercana y les compré alimentos. También les mostré la ubicación de mi empresa, y les dije que, cuando se acabara esta provisión podían regresar para comprar más.

A veces, Dios nos incomoda con una noticia, una necesidad, una injusticia. No con el propósito de que nos sintamos mal, sino para que nos levantemos a actuar. El llamado de Dios muchas veces comienza con un dolor que no te deja tranquilo.

Nehemías se encontraba a 800 km de distancia, no había trenes, ni aviones, ni teléfonos, pero no usó esto como excusa; a pesar de que tenía una responsabilidad muy grande en palacio, y que tenía resuelta su vida, que vivía cómodo, no pudo ignorar la necesidad de su pueblo.

¿Pero qué podía hacer?
Reflexiona:
Nehemías no era un «profesional del ministerio,» pero Dios lo usó poderosamente. ¿Qué excusas me estoy poniendo para no actuar?
¿Estoy dispuesto a dejar lo cómodo, si eso significa obedecer a Dios?
¿Qué ruinas alrededor me está mostrando Dios para que me involucre?

Oremos: “Señor, sé que me estás hablando. Y aunque me cueste, aunque no entienda todo quiero obedecerte. Rompe mi miedo, rompe mi comodidad y aumenta mi fe. Muéstrame el camino y dame fuerzas para andarlo. Yo no quiero llegar al final de mi vida diciendo: Viví cómodo (a). Quiero llegar diciendo: Caminé contigo, arriesgué y valió la pena. Amén.”

Te animamos a que dones en el siguiente enlace https://conectarglobal.org/donaciones/ . Así nos apoyarás a seguir con este hermoso servicio de llegar a muchas más personas.

Y que hagas uno de nuestros cursos en ⁠www.conectarglobal.org⁠ que son sin costo alguno.

Escrito y narrado por Juan Bravo, producido por Conectar Global

Dar clic a la siguiente imagen para entrar a los cursos

Si el mensaje ha hablado a tu vida, deja un comentario a continuación.