▷El camino de la santidad

Es Tiempo de Conectar, febrero 23

El camino de la santidad

2 Reyes 5:1-15 NTV.

«El rey de Aram sentía una gran admiración por Naamán, el comandante del ejército, porque el Señor le había dado importantes victorias a Aram por medio de él; pero a pesar de ser un poderoso guerrero, Naamán padecía de lepra.

En ese tiempo, los saqueadores arameos habían invadido la tierra de Israel, y entre sus cautivos se encontraba una muchacha a quien habían entregado a la esposa de Naamán como criada.

Cierto día, la muchacha le dijo a su señora: «Si mi amo tan solo fuera a ver al profeta de Samaria; él lo sanaría de su lepra».

Entonces Naamán le contó al rey lo que había dicho la joven israelita. «Ve a visitar al profeta —le dijo el rey de Aram—. Te daré una carta de presentación para que se la lleves al rey de Israel».

Entonces Naamán emprendió viaje y llevaba de regalo trescientos cuarenta kilos de plata, sesenta y ocho kilos de oro, y diez mudas de ropa.

La carta para el rey de Israel decía: «Mediante esta carta presento a mi siervo Naamán. Quiero que lo sanes de su lepra». Cuando el rey de Israel leyó la carta, horrorizado, rasgó sus vestiduras y dijo: «¡Este hombre me manda a un leproso para que lo sane! ¿Acaso soy Dios para dar vida y quitarla? Creo que solo busca pelear conmigo».

Sin embargo, cuando Eliseo, hombre de Dios, supo que el rey de Israel había rasgado sus vestiduras en señal de aflicción, le envió este mensaje: «¿Por qué estás tan disgustado? Envíame a Naamán, así él sabrá que hay un verdadero profeta en Israel».

Entonces Naamán fue con sus caballos y carros de guerra y esperó frente a la puerta de la casa de Eliseo; pero Eliseo le mandó a decir mediante un mensajero: «Ve y lávate siete veces en el río Jordán. Entonces tu piel quedará restaurada, y te sanarás de la lepra».

Naamán se enojó mucho y se fue muy ofendido. «¡Yo creí que el profeta iba a salir a recibirme! —dijo—. Esperaba que él moviera su mano sobre la lepra e invocara el nombre del Señor su Dios ¡y me sanara! ¿Acaso los ríos de Damasco —el Abaná y el Farfar— no son mejores que cualquier río de Israel? ¿Por qué no puedo lavarme en uno de ellos y sanarme?». Así que Naamán dio media vuelta y salió enfurecido. Sus oficiales trataron de hacerle entrar en razón y le dijeron: «Señor, si el profeta le hubiera pedido que hiciera algo muy difícil, ¿usted no lo habría hecho? Así que en verdad debería obedecerlo cuando sencillamente le dice: “¡Ve, lávate y te curarás!”».

Entonces Naamán bajó al río Jordán y se sumergió siete veces, tal como el hombre de Dios le había indicado. ¡Y su piel quedó tan sana como la de un niño, y se curó!

Después Naamán y todo su grupo regresaron a buscar al hombre de Dios. Se pararon ante él, y Naamán le dijo: Ahora sé que no hay Dios en todo el mundo, excepto en Israel. Así que le ruego que acepte un regalo de su siervo.».

Naamán era un hombre reconocido por sus vecinos, por el pueblo y por sus superiores, era el capitán del ejército de Siria, valeroso y sabio, se había destacado y era de renombre pero era leproso y estaba enfermo y necesitado.

¿De qué nos sirve tener títulos, fama, empresas si tenemos lepra? Por más que trató de ocultarlo, su lepra era cada vez más evidente. ¿Qué tratamos de ocultar tú y yo? ¿Qué marca tenemos que no nos permite ser totalmente sanos o libres?

Dios me dice por medio de este pasaje que ha llegado el tiempo que nos demos la primera zambullida en Su presencia, que seamos sumergidos en Él, en vez de sus dones, en vez de los frutos del Espíritu Santo, entrar en su río y rendirnos total y sinceramente delante de nuestro Señor.

Hoy mismo en oración rinde y confiesa tus pasiones ocultas, tus debilidades, tus tentaciones, pensamientos, hábitos que te avergüenzan, no dejes pasar más tiempo. Es necesario que busquemos tener un encuentro con Dios y que cambie nuestras vidas.

Sin santidad no podremos ver a Dios. Sin santidad nunca podremos entrar en ese río de Su gloria y ser personas que hacen la diferencia en un mundo con tantos desafíos.

La Biblia pone la lepra como ejemplo, porque es comparada con el poder destructivo del pecado, aquellas cosas que terminan dañándonos y destruyéndonos. Al principio puede que sea una sola mancha en tu piel que casi ni se ve pero pronto comenzará a crecer y aumentar más y más.

Nosotros llamamos ocultismo a la brujería pero el diccionario llama así a toda «práctica secreta».

Ocultar es tapar, engañar, fingir, aparentar algo que no es real. ¿Quién reina en lo oculto? Dios no. ¿A merced de quién nos exponemos cuando ocultamos una debilidad? ¿Qué reino se manifiesta? ¿El de la luz o el de las tinieblas?

¿Quieres experimentar Su presencia? Decide vivir totalmente rendido delante de Dios, anhela Su santidad y vive en santidad. Si no fuera posible Dios no nos lo hubiera pedido. No podemos pretender querer ver a Dios, que transforme nuestras vidas y las de nuestra familia, si no estamos dispuestos a rendirnos.

La gran diferencia entre los muchos que son llamados y los pocos que son escogidos es LA SANTIDAD.

Dios quiere que le sigas en santidad.

«Habrá allí una calzada que será llamada Camino de santidad. No viajarán por ella los impuros, ni transitarán por ella los necios; será sólo para los que siguen el camino.” Isaías 35:8 NBD.

A todos los seres humanos nos ha sido dada la necesidad de encontrarnos con Dios para llenar ese vacío interior que tenemos; ese vacío no se logra llenar con placeres, ni con dinero, ni fama, ni el poder, ni el éxito, ni tampoco los hábitos malsanos, porque el vacío es llenado cuando confesamos, nos rendimos y nos zambullimos en Su presencia.

Así se debió haber sentido Naamán, hay momentos en la vida donde intentamos buscar respuestas y no encontramos nada sino que todo sale peor.

Tú que has intentado todo y te sientes derrotado frente a tus propias limitaciones, hay asuntos que por más que te esfuerzas no puedes resolver, esos a los que llamamos «imposibles» aun cuando te hayas rendido en la batalla y ya no quieras luchar más.

Naamán obedeció una sencilla instrucción del profeta de zambullirse porque necesitaba ser limpio.

Cuando buscas estar sumergido en Dios, te rindes delante de Él sin comprenderlo, solamente obedeciendo.

¿Quieres ser libre de esa lepra que te destruye? Es hora que te pongas en marcha y hagas algo, arrepiéntete de tus pecados, levántate de tu situación y como lo hizo Naamán entra al río de Dios; ya no hagas nada en tus fuerzas, dile, Dios ya no voy a imponer mi voluntad a la tuya, no voy a justificar mis actos, quiero seguir por tus caminos, quiero caminar en santidad y poder verte cada día.

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