Es Tiempo de Conectar, abril 28

Tuyo soy hasta el final

Muchas veces no alcanzamos a comprender que no somos nuestros, sino que pensamos que nos pertenecemos a nosotros mismos, sin embargo déjame ser claro, somos de Dios.
Nuestra vida es de Dios. Nuestro tiempo es de Dios.

Tú y yo somos de Dios, le pertenecemos.

Salmos 100:3 “Reconozcan que el Señor es Dios; él nos hizo, y somos suyos. Somos su pueblo, ovejas de su prado.”

Qué lindo es que nuestro pastor, nuestro Padre que está en el cielo se dirija a nosotros y nos anime y nos diga, “Tranquila, tú eres mía, Yo te defiendo, Yo soy tu justicia, confía en mi presencia.”

Cantares 2:16 “Mi amado es mío y yo soy suya.”

Es una confesión a Dios sin reservas, sin condiciones y sin límites cuando hemos encontrado el amor que estábamos buscando por toda nuestra vida.

Cuando le decimos a Dios “Soy tuyo, soy tuya”, le estamos diciendo, “Eres el amor que busqué por toda mi vida, nadie me llena como tú, nadie me ama como tú, eres todo para mí”. “Soy tuyo” es decirle a Dios “Soy tu posesión Dios, ya no soy mío, ya me cansé de vivir para mí, ahora quiero vivir para ti.” Dios es nuestro dueño.

Salmo 24:1 “De Dios es la tierra y su plenitud. El mundo y los que en él habitan”

El tiempo es de Dios, tu cuerpo es de Dios, el dinero es de Dios, las habilidades que tienes son de Dios, la familia que tienes es de Dios, el ministerio también es de Dios. Nosotros somos como un contrato que Dios firmó con el sello del Espíritu Santo.

2 Corintios 1:20-22, «Pues todas las promesas de Dios se cumplieron en Cristo con un resonante «¡sí!», y por medio de Cristo, nuestro «amén» (que significa «sí») se eleva a Dios para su gloria.

Es Dios quien nos capacita, junto con ustedes, para estar firmes por Cristo. Él nos comisionó y nos identificó como suyos al poner al Espíritu Santo en nuestro corazón como un anticipo que garantiza todo lo que él nos prometió.”

El Espíritu Santo es las arras de la herencia prometida, la garantía de un contrato celestial. Su dedo firmó cada una de nuestras promesas. Dios sella todas sus promesas con un juramento y tenemos el derecho «legal» de mantenernos sobre ellas. Dios es un Dios cumplidor de pactos porque aun cuando nosotros muchas veces le fallamos, Él siempre cumple su parte.

Todo PACTO tiene un SELLO, toda promesa de Dios tiene UN SELLO. Ese Sello es el testimonio permanente de la vigencia del pacto y es el recordatorio de las condiciones y la promesa. Dios no puede retractarse de ninguna de sus promesas, de lo contrario no sería Dios.

Números 23:20 dice, “He aquí, he recibido orden de bendecir; El dio bendición, y no podré revocarla.”

El Padre es quien hace la promesa. El Hijo es quien ratifica el pacto. El Espíritu Santo es quien ejecuta el pacto.

En la promesa, la Palabra de Dios viene a nuestras vidas.

En la ratificación, el Hijo derrama Su sangre a nuestro favor.

En la ejecución, el Espíritu Santo empieza a trabajar en nosotros.

Fuimos hechos con el único propósito de ser de Dios. Fuimos diseñados por Dios desde el vientre de nuestra madre. Por eso, estamos vivos porque nuestra vida tiene un propósito eterno.

Salmo 139: 1-16,

“Señor, tú me examinas, tú me conoces. Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto; aun a la distancia me lees el pensamiento. Mis trajines y descansos los conoces; todos mis caminos te son familiares. No me llega aún la palabra a la lengua cuando tú, Señor, ya la sabes toda. Tu protección me envuelve por completo; me cubres con la palma de tu mano. Un conocimiento tan maravilloso rebasa mi comprensión; tan sublime es que no puedo entenderlo.

¿A dónde podría alejarme de tu Espíritu? ¿A dónde podría huir de tu presencia? Si subiera al cielo, allí estás tú; si tendiera mi lecho en el fondo del abismo, también estás allí. Tú creaste mis entrañas; me formaste en el vientre de mi madre.

¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas, y esto lo sé muy bien! Mis huesos no te eran desconocidos cuando en lo más recóndito era yo formado, cuando en lo más profundo de la tierra era yo entretejido. Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación: todo estaba ya escrito en tu libro; todos mis días se estaban diseñando, aunque no existía uno solo de ellos.”

Dios te ve como una creación admirable, como la niña de sus ojos. ¡Si tan solo pudiéramos vernos como Dios nos ve!

Cierra por un momento tus ojos y escúchalo: “Princesa”, “Amada”, “Hijo”, “Amigo”… “Mi obra maravillosa, ese eres tú,” te lo dice Dios.

Él te formó desde el vientre de tu madre. Imagina cómo Dios formaba tus ojos, daba forma a tus labios, formaba tu cuerpo ahí dentro, tú no fuiste un error, no naciste por casualidad. Dios tenía todo preparado para tu nacimiento, a Él le plació traerte al mundo. Tú eres hijo del Rey de Reyes, eres un triunfador, tú ganaste una carrera hace muchos años pues millones de espermas corrían a tu alrededor y tú fuiste el que obtuvo el primer lugar.

Hay quienes piensan que nunca han ganado nada, que son unos fracasados, pero date cuenta de que eres ganador desde que naciste, tu vida es el premio. Tú tienes un propósito desde antes de nacer, así que es imposible que seas producto de la casualidad.

Isaías 43:4, “Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé; daré, pues, hombres por ti, y naciones por tu vida.”

Aunque no te sientas digno, para Dios eres de gran valor. No escuches las voces que te dicen que tú no perteneces a este lugar, que tu vida es una equivocación, que nadie te quiere y que tu vida es un error aquí en la tierra.

1 Juan 4:6 “Nosotros somos de Dios, y todo el que conoce a Dios nos escucha; pero el que no es de Dios no nos escucha. Así distinguimos entre el Espíritu de la verdad y el espíritu del engaño.”

Quienes no se sienten especiales para Dios es porque están escuchando un espíritu de engaño, sin embargo el Espíritu da testimonio a tu espíritu que eres hijo de Dios. Tienes a un Dios en los cielos que te dice: “Eres mío, te creé para mi placer.”

Escucha con atención lo que dice Cantares 2.14,

“Paloma mía, que habitas en los agujeros de la peña, en lo escondido de escarpados parajes, muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz, porque dulce es la voz tuya, y hermoso tu aspecto…”

Esos agujeros de la peña son el lugar donde Dios nos esconde para protegernos, son los lugares celestiales destinados para sus hijos. Nuestro refugio está al lado de nuestro Dios. No escondas tu rostro de Dios, Él busca una relación contigo cara a cara, más allá de toda barrera, más allá de tu heridas, más allá de tus traumas, más allá de tus adicciones. Déjale oír tu voz. Él te creó y te ama como a nadie.

Efesios 2:10, “Soy hechura de Dios creado en Cristo Jesús para buenas obras que Él preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.”

Eres de Dios y has sido creado para buenas obras.

Repite conmigo: ¡Soy de Dios! ¡Pertenezco a Dios!

Romanos 8:37, “Soy más que vencedor por medio de aquel que me amó: Cristo Jesús.”

La victoria nos pertenece. Repite: “¡Soy más que vencedor porque alguien en el cielo me ama y se llama Dios!”

1 Pedro 2:9 “Soy pueblo santo, linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios para anunciar las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable.”

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