Es Tiempo de Conectar, febrero 09

El poder de tu historia

“A su paso, Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento. Y sus discípulos preguntaron: Rabí, para que este hombre haya nacido ciego, ¿quién pecó, él o sus padres?

No está así debido a sus pecados ni a los de sus padres, respondió Jesús, sino que esto sucedió para que la obra de Dios se hiciera evidente en su vida.

Dicho esto, escupió en el suelo, hizo barro con la saliva y se lo untó en los ojos al ciego, diciéndole: Ve y lávate en el estanque de Siloé (que significa “Enviado”).

El ciego fue y se lavó, entonces al volver ya veía.
Sus vecinos y los que lo habían visto pedir limosna decían: ¿No es este el que se sienta a mendigar?. Unos aseguraban: Sí, es él. Otros decían: No es él, sino que se le parece. Pero él insistía: Soy yo.


¿Cómo entonces se te han abierto los ojos? le preguntaron. Y él respondió:
Ese hombre que se llama Jesús hizo un poco de barro, me lo untó en los ojos y me dijo: Ve y lávate en Siloé. Así que fui, me lavé y entonces pude ver.
¿Y dónde está ese hombre? le preguntaron. No lo sé, respondió.
…los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había recibido la vista.
Me untó barro en los ojos, me lavé y ahora veo, respondió.
Por eso interrogaron de nuevo al ciego: ¿Y qué opinas tú de él? Fue a ti a quien te abrió los ojos.
Yo digo que es profeta, contestó.
Pero los judíos no creían que el hombre hubiera sido ciego y ahora viera. Entonces llamaron a sus padres y les preguntaron: ¿Es este su hijo, el que dicen ustedes que nació ciego? ¿Cómo es que ahora puede ver?
Sabemos que este es nuestro hijo, contestaron los padres, y sabemos también que nació ciego. Lo que no sabemos es cómo ahora puede ver ni quién le abrió los ojos. Pregúntenselo a él, que ya es mayor de edad y puede responder por sí mismo.
Por segunda vez llamaron los judíos al que había sido ciego y le dijeron: ¡Da gloria a Dios! A nosotros nos consta que ese hombre es pecador.
Si es pecador, no lo sé, respondió el hombre. Lo único que sé es que yo era ciego y ahora veo.
Pero ellos le insistieron: ¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos? Él respondió: Ya les dije y no me hicieron caso. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿Es que también ustedes quieren hacerse sus discípulos?” Juan 9: 1-34.

Manuel Castañeda es un amigo que ha dedicado su vida a servir a drogadictos y tiene un programa carcelario.

Me cuenta que frecuentaba visitar presos para hablarles de Cristo y un día fue al patio más peligroso de la famosa cárcel Bellavista en Medellín y cuando llegó, en ese mismo momento un peligroso recluso acababa de matar con un cuchillo a su compañero de celda, tenía las manos ensangrentadas y estaba preparando un café, lo sirvió y se lo ofreció a Manuel, quien acababa de llegar, así con sangre por fuera del pocillo, y Manuel recibió el café con una exhortación al asesino, ¿con qué derecho mataste a tu compañero?

Manuel se tomó el café y se quedó allí porque sabía que Dios podía perdonar el pecado más horroroso.

Vivimos de cerca los tiempos de Pablo Escobar, el bandido más peligroso en la historia de Colombia, donde muchos jóvenes cayeron en sus redes y donde muchos programas de rehabilitación fueron exitosos transformando vidas. Muchos de estos hombres y mujeres cuentan su historia una y otra vez pues, como el ciego de nacimiento en la historia de Juan, son testigos del poder transformador de Dios en sus vidas. ¿Cuál es tu historia?

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